La inquilina de Wildfell Hall by Anne Brontë

La inquilina de Wildfell Hall by Anne Brontë

autor:Anne Brontë [Brontë, Anne]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1848-01-01T05:00:00+00:00


CAPÍTULO XXX

ESCENAS DOMÉSTICAS

A la mañana siguiente yo misma recibí algunas líneas de él, que confirmaban las insinuaciones de Hargrave sobre su pronto regreso. Y llegó la semana siguiente, pero en unas condiciones físicas y mentales peores que antes. Sin embargo, esta vez no tenía intención de pasar por alto su abandono sin hacer alguna observación: no me pareció adecuado. Mas el primer día él estaba cansado del viaje y yo contenta por tenerle de nuevo conmigo: no le reprendería entonces; esperaría a mañana. A la mañana siguiente él seguía cansado; esperaría un poco más. Pero a la hora de cenar, cuando, después de haber desayunado a las doce una botella de agua carbónica y una taza de café bien cargada, de haber almorzado a las dos con otra botella de agua carbónica mezclada con brandy, empezó a sacarle defectos a todo lo que había sobre la mesa, afirmando que debíamos cambiar de cocinera, pensé que había llegado el momento.

—Es la misma cocinera que teníamos antes de que te fueras, Arthur —dije—. Entonces, estabas muy satisfecho en general con ella.

—Pues entonces es que has dejado que se descuidara mientras he estado fuera. ¡Comer esta asquerosa porquería es suficiente para envenenarle a uno! —Apartó con expresión caprichosa el plato que tenía delante y se dejó caer desesperado sobre el respaldo de su silla.

—Creo que eres tú el que ha cambiado, no ella —dije, con la máxima suavidad, porque no quería irritarle.

—Puede —respondió con aire indiferente, al mismo tiempo que cogía un vaso lleno de vino mezclado con agua; cuando se lo hubo bebido añadió—: ¡porque tengo un fuego infernal en mis venas que toda el agua del océano no puede apagar!

«¿Qué lo prendió?», estuve a punto de preguntar, pero en ese momento entró el mayordomo y comenzó a retirar las cosas.

—Dese prisa, Benson; ¡termine cuanto antes con ese ruido infernal! —gritó su señor—. ¡Y no traiga el queso, a menos que quiera que enferme de verdad!

Benson, algo sorprendido, se llevó el queso y se esforzó por quitar todo lo demás lo más deprisa y silenciosamente posible; pero, por desgracia, había una arruga en la alfombra, causada por el súbito retroceso de la silla de su señor, con la que tropezó, originando una alarmante conmoción en la bandeja llena de loza que llevaba en las manos, aunque ningún daño real, salvo la caída y la rotura de una salsera; pero, para mi indecible vergüenza y consternación, Arthur se volvió furioso hacia él y le maldijo con una vulgaridad brutal. El pobre hombre palideció y temblaba visiblemente cuando se inclinó a recoger los pedazos rotos.

—No ha sido culpa suya, Arthur —dije—. Tropezó con la alfombra; además, no ha pasado nada grave. No se preocupe por los pedazos ahora, Benson, puede recogerlos después.

Aliviado, Benson puso el postre en la mesa y se retiró.

—¿Qué pretendes, Helen, al salir en defensa del criado poniéndote en mi contra? —dijo Arthur una vez se hubo cerrado la puerta—. ¡Sabías que yo estaba confuso!

—No sabía que estuvieras confuso, Arthur, y el pobre hombre estaba asustado y dolido ante tu reacción.



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