La deseo a ella by Ada Miller

La deseo a ella by Ada Miller

autor:Ada Miller [Miller, Ada]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: desmix
publicado: 1978-12-31T23:00:00+00:00


5

Muriel entró presurosa llamando a su marido.

El salón guardaba una semipenumbra y Keith en mangas de camisa, dormitaba sobre un diván.

—Cariño, ¿dónde estás?

Al hablar se quitaba el abrigo.

Lo dejó sobre una mesa y fue hacia el diván donde descansaba Keith rentándose en el borde del mismo e inclinándose hacia él besándole en la boca largamente, deslizándole la lengua entre los labios, como ella solía hacer.

Keith notó su excitación.

Sin duda Muriel estaba en forma aquella noche. Claro que Muriel poco necesitaba para ponerse en forma. Era apasionada, vehemente y extrovertida, de modo que exteriorizaba todo lo que sentía.

Encuadraba el rostro de su marido entre sus dos finas manos y le sobaba el pelo entretanto le besaba apasionadamente.

—Keith —susurró observando que él se mantenía inmóvil—, ¿qué te ocurre? ¿Estás enfadado porque me fui? Me citó Mag. Quería contarme todos sus problemas. Pero luego, para olvidarlos, nos fuimos al cine a ver una película porno. No sabes cómo me he puesto. Estoy ardiendo.

Keith la apartó de sí con sumo cuidado y se sentó en el diván.

—Muriel, tengo una jaqueca horrible. Acabo de tomarme un analgésico… —se llevó las dos manos a la frente—. Te aseguro que nunca me sentí tan mal.

Muriel lo miró desconcertada.

—¿Tanto te duele?

—Una barbaridad —y se pasó de nuevo los dedos por el pelo—. Te aseguro que una barbaridad. Creo que si me quedo un rato así, se me pasara.

—Oh, te haré algo. ¿Té?

—No, no. Déjame así…

—Keith, yo que venía tan preparada para que nos hiciéramos el amor…

—Oh, querida… cuánto siento defraudarte.

—No, no te preocupes. Se me pasará —se multiplicaba para hablar y acariciarle generosa y dulcemente—. Keith, primero eres tú y tu jaqueca. No te dan con frecuencia, ¿verdad? Nunca te oí quejarte.

—Seguramente es el trabajo. Acabo de volver de la clínica. Cada día se acumulan más enfermos. Además ves cada caso incurable en la consulta que uno se pone a temblar de dolor, de impotencia y de pánico.

—Pobre, Keith. Has elegido una carrera difícil.

—De algo hay que vivir, ¿no? Me ha tocado esa… ¡Qué le vamos a hacer! ¡Ay!

—Te duele mucho.

—Una burrada. Pero se me irá pasando.

—¿No será hambre?

—No te acuerdes de comer. No tengo ni gota de apetito. Pero ve tú y come, cariño. Tú no tienes la culpa de que yo me sienta así.

—Quisiera que me doliera a mí, Keith, y que tú estuvieras bueno. No soporto verte sufrir.

—Si me tumbo aquí una hora se me pasará.

—¿No quieres tampoco que te hable?

—¿De qué, cariño?

—De lo que sea. Así tal vez te distraiga.

—Mejor es que vayas a comer y luego me hablas. ¿Qué tal tu amiga Mag? —preguntó con voz quejumbrosa.

Y volvió a tenderse en el diván.

Muriel se levantó y empezó a dar vueltas a lo tonto.

—Un caso terrible, Keith. La pobre Mag está sufriendo lo suyo.

—¿Qué le ocurre?

—Si te duele la cabeza te lo cuento mañana.

—Sí que me duele una barbaridad, pero tu voz no me molesta, querida.

La joven suspiró.

—Si tomaras otro analgésico…

—No, no. De momento esperemos el efecto del que tomé.

—¿Hace mucho que lo has tomado?

—En la consulta antes de salir.



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