La Dama Azul by Javier Sierra

La Dama Azul by Javier Sierra

autor:Javier Sierra [Sierra, Javier]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Histórico, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1998-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo 25

—¿Interesante? ¡Maldita sea! ¿Qué clase de persona es usted?

Baldi estalló. Su rostro se amorató e hinchó como si fuera a estallar, mientras las arterias, apenas visibles por encima de su alzacuellos, comenzaban a bombear intensamente sangre al cerebro. Albert se quedó de una pieza, no sabía cómo reaccionar ante aquel súbito acceso de cólera.

—El «primer evangelista», el hombre que murió esta mañana, ¡su jefe!, estaba iniciado en ese secreto —rugió—. Sus notas, los archivos de su ordenador en la Residencia Santa Gemma, fueron robados y borrados de la circulación… ¿Y todo lo que se le ocurre decir es «interesante»?

—Yo, no…

—Mire usted, Albert. —Trató de serenarse, y respiró hondo al tiempo que hablaba—. El Vaticano desea que sea yo quien sustituya al padre Corso al frente de este trabajo, pero no puedo hacer nada si antes no recuperamos esa información. Usted fue el último que trabajó con él, y quizás tenga una idea de dónde han podido ir a parar sus notas.

El falso fraile trató de pensar con rapidez.

—El equipo romano lo formábamos únicamente el padre Corso y yo —Albert comenzó a pensar en voz alta—. Por referencias sé que en Londres trabaja el «segundo evangelista» y tres ayudantes más, y en España sólo uno… Y, créame, los contactos de «San Mateo» con ellos debían ser mínimos y sólo por correspondencia.

—¿Estaban todos al corriente de su interés por el dossier de la Dama Azul?

—No, que yo sepa.

Baldi trató de recuperar el fuelle, respirando hondo y tratando de recuperar su color natural.

—Perdóneme, pero este asunto me saca de quicio.

—Lo comprendo, padre. Me gustaría que creyera que yo estoy de su parte en esto. Soy el primer interesado en recuperar el material del padre Corso.

—¿Podría beber un poco de agua?

—Claro.

Albert tomó una jarra de cristal de una alacena cercana, la llenó con agua del grifo y se la sirvió al padre Baldi junto a una servilleta de papel algo arrugada. El benedictino bebió con avidez.

—Antes me habló de un «soñador», o una figura por el estilo, al que el padre Corso pretendió enviar a los tiempos de la monja…

—Sí —la mirada de Albert se iluminó—. Era alguien muy extraño, que llegó a Italia el verano pasado. Le llamábamos el «Gran Soñador».

—¿El «Gran Soñador»?

—Bien…, se trataba de un nombre clave, que protegía la identidad de una norteamericana de mediana edad, y bastante atractiva, por cierto…

—¿Cuál fue su participación exacta en ese trabajo?

—Estuvo con nosotros dos meses, justo después de que encontráramos el dossier de la Dama Azul y «San Mateo» se obsesionara con él. Nos la envió el INSCOM para que le hiciéramos algunas pruebas con el método de «desdoblamiento astral» que estábamos ensayando, y el padre Corso decidió utilizarla para sus fines.

—¿Utilizarla? ¿Cómo?

—No lo sé exactamente. Creo que le aplicó una combinación de sonidos Hemi-Sync de Monroe con música sacra, para enviarla a tiempos de la Dama Azul, a Nuevo México.

—¿Y lo consiguió?

—Que yo sepa, no. Es más, la pobre mujer comenzó a tener extrañas pesadillas en las que surgían formas geométricas



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