El hombre de los dados by Luke Rhinehart

El hombre de los dados by Luke Rhinehart

autor:Luke Rhinehart [Rhinehart, Luke]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1971-01-01T05:00:00+00:00


CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

Por desgracia para nuestro querido Luke Rhinehart y sus amigos y admiradores, los dados siguieron y siguieron rodando y junio se convirtió en el mes nacional de los juegos de rol y aquello ya fue demasiado. Me ordenaron que consultara regularmente con el dado para cambiar de personalidad a cada hora, de un día para otro o de una semana para otra. Esperaban que aumentara el número de personajes que podía adoptar, tal vez incluso para poner a prueba los límites de la maleabilidad del alma humana.

¿Puede existir un hombre totalmente aleatorio? ¿Puede acaso desarrollar un ser humano sus aptitudes hasta ser capaz de cambiar de estado de ánimo a cada hora a voluntad? ¿Puede ser un hombre una personalidad infinitamente múltiple? ¿O incluso, como afirman algunos teóricos que sucede con el universo, una personalidad múltiple en constante expansión, a la que sólo la muerte puede poner fin? Y, entonces, incluso entonces, ¿quién sabe?

Al amanecer del segundo día, otorgué al dado seis personalidades optativas, una de las cuales intentaría interpretar durante toda la jornada. Intentaba dar con opciones sencillas, nada ofensivas para la sociedad. Las seis eran: Molly Bloom, Sigmund Freud, Henry Miller, Jake Ecstein, un niño de siete años y el doctor Lucius Rhinehart anterior a la llegada del hombre de los dados.

El dado escogió, en primer lugar, a Freud, pero al final del día había acabado sintiendo que ser Sigmund Freud debió de haber sido algo bastante aburrido. Advertía un buen puñado de fuentes de motivación inconscientes que hasta entonces habían pasado inadvertidas pero, después de haberlas visto, no sentía que hubiera ganado nada. Intenté examinar mis reticencias inconscientes a ser Freud, y descubrí cosas con las que Jake seguramente habría estado de acuerdo: la rivalidad con el Padre, el miedo a que se revelara la agresión inconsciente, pero no creía que mis propias opiniones fueran convincentes o, peor aún, no las consideraba relevantes. Tal vez sea yo uno de esos tipos con «personalidad oral», pero saberlo no me ayudó a cambiarme tanto como lo hizo tirar el dado.

Por otro lado, cuando leí la noticia de un hombre que se había matado cortándose las venas por las muñecas, advertí inmediatamente el simbolismo sexual en el corte de las extremidades. Empecé a pensar en otras maneras de suicidarse: tirarse al mar, llevarse una pistola a la boca y apretar el gatillo, arrastrarse hasta meterse en un horno y abrir el gas, tirarse contra un tren… Todo aquello parecía contener un evidente simbolismo sexual necesariamente conectado con el desarrollo psicosexual del paciente. Inventé un aforismo excelente: «Dime cómo se suicidó un paciente y te diré cómo lo puedes curar».

Al día siguiente, borré a Freud de la lista y lo sustituí por un «jipi algo psicótico y furibundamente contrario al sistema» y lancé el dado: salió Jake Ecstein.

Podía convertirme en Jake sin problemas. Era una parte real de mí y no me resultaba difícil imitar sus gestos superficiales y su manera de hablar. Escribí la mitad de un



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