La corruptora by Erika Lardier

La corruptora by Erika Lardier

autor:Erika Lardier [Lardier, Erika]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 1991-01-01T05:00:00+00:00


5

AL cabo de unos días, mi tía tuvo que ingresar en la clínica para someterse a una intervención quirúrgica. La cosa no era grave, pero a pesar de todo nos inquietó…

Un sábado por la tarde la acompañamos a la clínica, donde permanecimos durante dos horas, al cabo de las cuales, una vez terminado el horario de visitas, nos echaron y tuvimos que regresar a casa.

Debido a las circunstancias, me vi obligada a asumir las tareas domésticas, preparar la comida, limpiar y todo lo demás. Al anochecer estaba reventada, de modo que decidí tomar un baño para relajarme un poco en el agua caliente.

Estábamos en el salón, y mi tío leía el periódico cuando le anuncié que me disponía a bañarme, pero antes me pidió que le sirviera una taza de café. No sé qué mosca me picó. El caso es que le serví ese café, pero con una pizca de polvos. No tenía intención alguna de entregarme a él ni de permitirle lo que quisiera. Tan sólo deseaba verle sufrir sin que pudiese encontrar el menor alivio. Quería presenciar su sufrimiento, recrearme en él…

Se tomó el café y siguió leyendo el periódico, imperturbable. Cuando le dije que iba a encerrarme en el cuarto de baño, se limitó a asentir con la cabeza, sin abrir la boca.

El agua caliente me hizo un gran bien. Noté cómo el cansancio se disipaba progresivamente y me sentí tan bien, que desperté por completo y empecé a experimentar el placer de estar desnuda, sumergida en el agua hasta el cuello. El agua formaba una especie de magma caliente alrededor del pecho, se infiltraba entre mis muslos, entre mis nalgas…

Esta sensación se acentuó hasta tal punto, que empecé a preguntarme qué ocurría. Por lo general, yo me mantenía bastante fría en todo tipo de circunstancias. De hecho, si fuese de otro modo yo no sería tan fisgona, ¿verdad? En fin, lo cierto es que mi mente se llenaba de imágenes tentadoras, y lamenté no tener a la librera de la esquina a mi lado. Comprobé, sorprendida, que mis senos tenían carne de gallina y que los pezones habían asumido un curioso vigor, mientras que más abajo mi vientre palpitaba de un incipiente deseo.

Salí rápidamente del agua. Aquello se ponía demasiado peligroso… Me envolví en una bata, ordené el cuarto de baño y regresé al salón. Fumando un cigarrillo, Guillaume seguía concentrado en la lectura, y a mí me parecía que su impasibilidad era excesiva, después de la taza de café que le había servido. Y, además, esa impasibilidad acentuaba mi agitación, y me decía a mí misma que sería en vano ya que mi tío no evidenciaba ninguna intención belicosa respecto a mí.

—¿Por qué no jugamos a las cartas? —sugerí por fin, para rescatarle de su mutismo.

—De acuerdo —dijo, dejando el periódico.

Fue a buscar las cartas y se sentó a la mesa. Mientras tanto, yo cogí la botella de coñac y serví una copa generosa para cada uno. Luego nos pusimos a jugar. Como yo no prestaba atención a mi juego, perdí todo cuanto quise.



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