La colina de los cuervos by Peter Robinson

La colina de los cuervos by Peter Robinson

autor:Peter Robinson [Robinson, Peter]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1988-01-01T05:00:00+00:00


SIETE

I

DE haberse encontrado en la cima de Crow Scar a las once de la mañana de aquel jueves, un escalador de altos páramos con espíritu aventurero hubiera divisado al sur algo semejante a dos lustrosos escarabajos negros —seguidos de afididos verdes y rojos— que descendían lentamente por Gratly Hill y luego, al llegar a la aldea de Helmthorpe, giraban a la derecha.

Los transeúntes de High Street, tanto los lugareños como los turistas, se detuvieron al ver a aquel cortejo fúnebre transitando a paso de hombre. Algunos apartaron la mirada, otros se quitaron las gorras y uno o dos, evidentemente llegados de tierras lejanas, se santiguaron.

Harold Steadman era creyente porque para él la fe era algo inseparable de los hombres y los hechos que habían dado forma al lugar que amaba, y por lo tanto, el funeral iba a ser una ceremonia tradicional a pie de tumba, poco habitual en la actualidad, oficiada por un párroco de la cercana aldea de Lyndgarth.

El variopinto grupo se congregó en torno a la tumba el que fue el día más cálido del año hasta el momento. Visiblemente incómodo, el reverendo Sidney Caxton recitó las palabras de rigor:

—En medio de esta vida nuestra nos encontramos muertos. ¿A quién pedir socorro sino a ti, Señor?… Tú conoces los secretos de nuestros corazones… Señor, lleno de gracia, no hagas oídos sordos a nuestras plegarias… Danos la salvación, Señor…

A petición de la señora Steadman, el reverendo continuó con el Salmo XXIII.

—El Señor es mi pastor, nada me falta. En prados de hierba fresca me hace reposar, me conduce junto a fuentes tranquilas… Aunque pase por un valle tenebroso, ningún mal temeré, porque Tú estás conmigo. Tu vara y tu cayado me dan seguridad… Tu amor y tu bondad me acompañan todos los días de mi vida; y habitaré en la casa del Señor por años sin término.

Fue una pastoral lúgubre, una despedida insólitamente apropiada para Harold Steadman.

Para Sally Lumb, que había acudido en representación del Instituto Eastvale acompañada de Hazel, Kathy, Anne y el señor Buxton, aquello era sin duda un asunto sombrío e incómodo. Por un lado, el sobrio traje azul marino que su madre le había obligado a llevar abrigaba demasiado, tenía la blusa completamente pegada a la espalda y las gotas de sudor que por allí se escurrían le producían cosquillas, como si le caminasen arañas por la piel.

El reverendo Caxton cogió un puñado de tierra y lo dejó caer sobre el ataúd:

—… pues en su gran bondad el Señor Todopoderoso se alegra de recibir en su seno el alma de nuestro hermano que acaba de partir; por ello encomendamos a la tierra su cuerpo…

Para matar el tiempo, Sally se puso a estudiar con disimulo a los demás. La más despampanante de todas las presentes era Penny Cartwright, de negro de pies a cabeza. Su rostro pálido contrastaba marcadamente con su atuendo. Se había maquillado lo estrictamente necesario para ocultar sus ojeras y para realzar sus trágicos y románticos pómulos, pero ello no engañaba a las observadoras más avezadas.



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