Identidad by Nora Roberts

Identidad by Nora Roberts

autor:Nora Roberts [Roberts, Nora]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2023-05-23T00:00:00+00:00


17

Como tenía el domingo libre, Miles procuró hacer lo menos posible. Nada de trabajo urgente, nada de reuniones —ni siquiera familiares—, nada de crisis —ni grandes ni pequeñas— en el horizonte.

Tenía un puñado de tareas domésticas que completar, de acuerdo, pero era capaz de disfrutar de realizarlas cuando no se veía obligado a meterlas con calzador en su agenda.

Hizo su versión de dormir hasta tarde, así que saltó de la cama antes de las nueve y sacó al perro. Y luego, como había tenido el buen tino de instalar una cafetera en su armario, disfrutó de su primera taza de domingo en la terraza de su dormitorio.

Como de costumbre, Aullido patrullaba el perímetro del patio trasero para defenderlo ante cualquier posible invasor. Miles a veces se preguntaba qué le pasaba al perro por la cabeza, y por lo general concluía que no gran cosa.

Bajó al sótano en el que tenía montado un gimnasio casero, se ejercitó durante una buena hora y se sintió bien.

Se dio una ducha bien larga, un capricho de mañana de domingo. Después de meter mucha ropa en la lavadora, dio de comer al perro, se preparó unos huevos revueltos y tostó un bagel. Con una segunda taza de café, se sentó en el patio trasero y leyó el periódico en su tableta mientras gozaba del desayuno bajo el sol de verano.

Y, puesto que hacía sol, tendió la colada para que se secase.

Cambió la ropa de cama, colgó toallas limpias en el baño, se ocupó de fregar los platos y decidió dar por finalizadas sus tareas en el interior.

Como el día lo pedía a gritos, deambuló por los jardines. No debía hacer casi nada más que deambular, pues los jardineros del resort los cuidaban cuando él no tenía tiempo.

Aun así, sabía cuidar las plantas, ya que, como parte de su formación, se pasó un verano entero trabajando con los jardineros.

Aullido estaba tumbado sobre la hierba, al sol, y lo contemplaba.

Miles se ocupó del jardín en silencio porque agradecía el silencio siempre que podía conseguirlo. Tan solo sonaban los trinos de los pájaros —que le recordaron que debía llenar los comederos—, el murmullo ocasional del perro y el zumbido de las abejas que se afanaban en su labor.

A propósito, como hacía todos los domingos que tenía libres, dejó el móvil cargándose en casa. Si sucedía algo vital, alguien iría a buscarlo. En caso contrario, se pasaba un día incomunicado.

Como experimento, cogió una pelota de tenis y se la mostró a Aullido. Y la lanzó. Y, como siempre, Aullido se quedó tumbado, viendo volar y aterrizar la pelota, y luego miró a Miles, como si quisiera decirle: «¿Cómo? Ve a buscarla tú».

—Pero ¿qué clase de perro eres?

Los gruñidos y murmullos de Aullido equivalían a un encogimiento de hombros canino.

Miles fue a buscar la pelota y volvió a guardarla en el cobertizo del jardín.

A las dos, había doblado y guardado la colada seca, y estaba tomando un té helado al sol después de haber completado todas sus tareas. Ahora que ante él se extendía el día entero, se sintió tentado de ir a por el móvil.



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