Historias Libros I-II by Cornelio Tácito

Historias Libros I-II by Cornelio Tácito

autor:Cornelio Tácito [Tácito, Cornelio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 0104-12-31T16:00:00+00:00


28. Así pues, cuando llegaron noticias de que el regimiento de los tréviros y también los tungros[124] habían sido puestos en fuga por la escuadra de Otón y de que estaba rodeada la Galia Narbonense, Valente, preocupado tanto por proteger a sus aliados como por dispersar mediante una típica estratagema militar a unas cohortes indisciplinadas pero muy fuertes si se unían[125], 2ordenó a una parte de los batavos acudir en su ayuda. Cuando se difundió y se supo esta noticia, se entristecieron los aliados y protestaron las legiones porque se les privaba de la ayuda de las mejores tropas: ¡ahora que el enemigo estaba a la vista, se quitaba por así decirlo del frente de batalla a aquellos veteranos y vencedores de tantas batallas! Si una provincia[126] era más importante que la capital y la seguridad del imperio, todos debían seguirles hasta allí; pero si la victoria dependía de la conservación de Italia, no se debía arrancar al cuerpo, por así decirlo, sus miembros más fuertes[127].

29. Lanzaban estas protestas con furia, y, cuando Valente empezaba a controlar el motín escoltado con sus lictores[128], le atacaron personalmente tirándole piedras y persiguiéndole en su huida. Le gritaban que escondía el botín de las Galias, el oro de Vienne[129], recompensas de sus esfuerzos[130]. Tras saquear los bagajes, hurgaron en la tienda del general y escarbaron en la misma tierra con picas y lanzas. Valente entretanto estaba escondido, disfrazado de esclavo, en la tienda de un oficial de caballería. Entonces, el comandante del campamento Alfeno 2Varo[131], al ver que el motín se iba apagando poco a poco, tomó la decisión de prohibir a los centuriones la inspección de centinelas y de omitir el toque de trompeta, por el que se llamaba a la tropa a sus obligaciones militares[132]. Así pues, todos se quedaron paralizados, mirándose atónitos unos a otros y desconcertados por el mismo hecho de que nadie estaba al mando. En silencio y con sumisión, y al final con súplicas y lágrimas, pedían perdón. Y cuando Valente salió de su escondite desastrado, llorando 3y vivo, en contra de lo que se esperaba, hubo una reacción de alegría, alivio y simpatía. Los soldados pasaron a la alegría, pues la gente pasa sin tino de un extremo a otro[133]. Entre alabanzas y felicitaciones le rodearon de águilas[134] y estandartes y lo acompañaron al estrado. Valente, con moderación realista, no pidió la muerte para nadie, pero, para no levantar sospechas si lo disimulaba todo, acusó a unos pocos, consciente de que en las guerras civiles la tropa disfruta de más libertad que los jefes.

30. Mientras fortificaban el campamento junto a Ticino, les llegó la noticia de la derrota de Cécina. Casi se repitió el motín, pues tenían la impresión de que Valente les había escamoteado el combate con sus engaños e indecisiones. No deseaban descansar, no esperaban a su general, sino que se adelantaban a los estandartes y apremiaban a sus portadores. Se unieron a Cécina a marchas forzadas[135].

Cécina y Valente

2Valente no tenía buena fama en el ejército de Cécina[136].



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