Hasta que la muerte nos separe by Amanda Quick

Hasta que la muerte nos separe by Amanda Quick

autor:Amanda Quick [Quick, Amanda]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2017-04-01T04:00:00+00:00


30

El día se había vuelto templado, así que Trent sugirió que regresaran andando hasta Cranleigh Square. «Sería un paseo muy grato si las circunstancias fueran otras», pensó Calista. Pero una conversación sobre asesinatos tendía a estropear incluso un día muy bonito.

—Una infección de la garganta. —Calista se estremeció pese a la temperatura agradable—. El amante de Elizabeth Dunsforth la asesinó y quizá también a las otras dos institutrices de la agencia Grant, y después tuvo el descaro de comprarles costosos ataúdes. Es como un animal de rapiña dando caza a las institutrices. Resulta difícil de creer que la noticia no causara sensación en la prensa.

—Ahora también le está dando caza a usted.

La mirada de Trent era gélida.

—Eso parece.

—Usted no es institutriz.

—¿Y eso qué significa? —preguntó ella, mirándolo.

—No lo sé. Es otro elemento de nuestra historia, uno que aún no encaja del todo. En cuanto a la falta de difusión en la prensa, la explicación es sencilla: es probable que el asesino le pagara al director de la funeraria para que ocultara la causa de la muerte. Es una práctica habitual. A menos que obtengamos permiso para exhumar el cadáver será imposible demostrar que las mujeres fueron asesinadas.

Ella aferró el bolso con más fuerza.

—Nestor Kettering está loco. Y pensar que antaño me pidió que me casara con él… Debemos detenerlo.

—Necesitamos pruebas, algo, lo que sea, que podamos llevarle a la policía. El inspector Wynn es un buen policía, actuará si podemos proporcionarle alguna evidencia de que Kettering contrató a un asesino profesional.

—No dejo de pensar en lo que ha dicho la señora Abington sobre la convicción de Elizabeth Dunsforth: que alguien la estaba siguiendo. La pobre no deliraba porque, de hecho, alguien la estaba observando.

—Lo que me parece interesante es la sospecha de la señora Abington: que tal vez Elizabeth Dunsforth pudo haber mantenido una relación ilícita antes de sufrir una crisis nerviosa.

—Para Nestor supone un juego atroz, ¿verdad? Seduce a mujeres solteras y solitarias, después las asusta y al final las hace asesinar.

—Eso parece —dijo Trent.

En el parque un niño estaba jugando con una cometa; su institutriz estaba sentada en un banco cercano, vigilando al niño al tiempo que hojeaba un libro. Calista contempló el fragmento de papel rojo flotando en lo alto, por encima de las copas de los árboles. El niño rio y la institutriz alzó la vista y se unió a su risa.

Calista quiso advertir a la mujer de que podría estar en peligro, pero sabía que si intentaba hablarle de locos y de asesinatos, la institutriz creería que ella estaba mal de la cabeza y quizá supusiera un peligro para el niño a su cargo.

—¿Qué está pensando? —preguntó Trent.

—En lo curiosamente vulnerables que son las institutrices. A menudo están solas con esos niños a los que instruyen y cuidan. Están aisladas de otros adultos; para un hombre sería muy fácil acercarse a esa joven institutriz sentada en aquel banco, por ejemplo.

—Las institutrices ocupan una posición curiosa en un hogar, no forman parte de la servidumbre y tampoco de la familia.



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