Fluke (aullidos) by James Herbert

Fluke (aullidos) by James Herbert

autor:James Herbert [Herbert, James]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1977-01-01T05:00:00+00:00


Segunda parte

Capítulo 12

¿Qué opinan ahora? ¿Todavía se niegan a aceptar mi historia, o se preguntan si será cierta? Permítanme que continúe; faltan unas horas hasta el amanecer.

El viaje a Edenbridge fue largo pero tuve la curiosa sensación de que conocía el camino, como si lo hubiera recorrido muchas veces. El nombre de la población, el cual había oído mencionar en el taller, había plantado una semilla en mi mente y ésta había germinado. No estaba seguro de lo que significaba para mí, si se trataba de mi hogar o si encerraba algún otro significado, pero sabía que debía dirigirme allí. De todos modos, no tenía otra alternativa.

Corrí durante una hora sin detenerme, arriesgándome a morir atropellado por algún vehículo, hasta que llegué a un vertedero de basuras donde pude llorar a mi amigo. Me deslicé debajo de un destartalado sofá y oculté la cabeza entre las patas. Todavía veía el hilo de sangre deslizándose debajo del montón de chatarra, formando un charco en un pequeño hueco en la tierra y creando un pequeño remolino, un vórtice en la vida de Rumbo. Los animales sienten el dolor tan profundamente como los seres humanos, quizá más; sin embargo, disponen de unos medios más limitados para expresarlo y su natural optimismo les permite recuperarse con mayor facilidad. Por desgracia, yo sufría como ser humano y como animal, lo cual resultaba muy duro.

Permanecí allí varias horas, asustado y aturdido, hasta que, avanzada la tarde, el hambre, mi leal compañera, me obligó a reaccionar. No recuerdo dónde hallé comida, pues he olvidado buena parte del largo viaje, pero recuerdo que comí algo y poco después reemprendí el camino. Atravesé las calles de la ciudad al anochecer, prefiriendo la soledad de la noche al bullicio matutino. Me topé con varios merodeadores: gatos, perros y espectros (las calles de la ciudad estaban llenas de ellos), y unos extraños individuos que se deslizaban por entre las sombras como si temieran que la luz o los espacios abiertos les lastimaran. Sin embargo, evité todo contacto con ellos. Me había fijado un objetivo y no permitiría que nada ni nadie me apartara de él.

Atravesé Camberwell, Lewisham y Bromley, descansando durante el día, ocultándome en casas abandonadas, parques o vertederos de basuras, huyendo de los ojos inquisitivos de la gente. Comí mal, pues no quería arriesgarme a que me enviaran de nuevo a la perrera. Me sentía acobardado y echaba de menos a Rumbo para infundirme ánimos, para amenazarme cuando me resistía a obedecerle o se reía cuando hacía algo que le sorprendía.

Al cabo de un rato llegué a una explanada verde salpicada de flores primaverales. No me hallaba aún en la campiña, pues apenas había dejado atrás los suburbios londinenses, pero después de los negros y grises y marrones y rojos de la ciudad, me pareció atravesar una barrera donde predominaba la Naturaleza y la influencia humana desempeñaba un papel insignificante. Ya no temía viajar de día.

Contemplé asombrado los verdes retoños que brotaban de la tierra para aspirar el aire puro, los bulbos y tubérculos y los capullos que se abrían en los árboles de hojas anchas.



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