A cuerpo de gato by Hiro Arikawa

A cuerpo de gato by Hiro Arikawa

autor:Hiro Arikawa [Arikawa, Hiro]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Lumen
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Llevaron el perro a la comisaría de policía, que estaba junto a la carretera nacional, y luego se dirigieron al hospital, donde les pidieron el certificado del seguro. No lo tenían, lo que les ocasionó otro quebradero de cabeza. Como eran estudiantes de bachillerato, con el dinero que llevaban los dos no bastaba para que los atendieran. Al final, mostraron los carnets de estudiante y Miyawaki recibió atención médica con la condición de que volviera luego a pagar la cura.

Al llegar a la escuela, ya había terminado la segunda clase.

Se presentaron en la sala de profesores y le explicaron al tutor lo que les había pasado. Su relato más bien parecía una broma, pero las ropas empapadas de Miyawaki y el vendaje de la mano hablaban por sí mismos, y al final los creyó.

Un examen por ausencia justificada podía recuperarse otro día, les dijeron. Sugi se alegró al saberlo, ya que, con el revuelo de la mañana, se le había escurrido de la cabeza todo lo que había empollado para el examen.

—¡Eh, Sugi! Dime, ¿qué ha pasado?

Cuando entró en el aula, Chikako se acercó a interrogarlo con aires de hermana mayor.

En cuanto le contaron lo sucedido, quiso ver al shih-tzu que los chicos habían dejado en comisaría y quedaron en pasarse por allí al salir del instituto.

Como a Miyawaki también estaba preocupado por el perro, fueron juntos los tres.

El shih-tzu anciano con cataratas estaba atado con una correa en un rincón del vestíbulo. Le habían dado agua y comida. Por lo visto, su dueño aún no había dado señales de vida.

—Pues sí. Es muy viejo. Parece que apenas ve.

Chikako le pasó la mano por delante. Efectivamente, sus ojos tardaban en reaccionar.

—Vosotros no os lo podríais quedar, ¿verdad? —les propuso un policía de mediana edad.

—Hacerse cargo de perros perdidos no figura entre las atribuciones de la policía y nos es imposible acogerlo mucho tiempo más.

Como jóvenes estudiantes que eran, no pudieron evitar cierto rechazo ante aquellas formalidades.

—Oiga… Si a ustedes les es imposible acogerlo, ¿qué le va a pasar?

—Pues que, si entre hoy y mañana no aparece el dueño, lo llevaremos a la perrera municipal.

—Eso no puede ser. La perrera, ¡qué horror! —espetó Chikako indignada—. ¡En la perrera se deshacen de ellos enseguida si no aparece el dueño!

—Visto así, pues…

Miyawaki, que había permanecido en silencio con la cara pálida, le pegó a Sugi unos golpecitos en las costillas.

—¿Y tú, Sugi? ¿No podrías quedártelo tú?

—Lo siento. En casa no podemos tener animales porque mi madre tiene alergia. ¿Y tú, Miyawaki?

—Yo tampoco. Mi casa es una vivienda del gobierno y está prohibido tener mascotas.

—¡Pues ya me lo quedaré yo!

—¿Puedes decidirlo tú sola, así, de sopetón? ¿No tendrías que preguntárselo a tu familia?

Miyawaki estaba sorprendido ante aquella decisión inmediata, pero Chikako, enojada porque encima le fuera con remilgos, lo miró echando chispas por los ojos.

—¡Habíamos quedado en que aquí no podían tenerlo! ¿O sí?

Chikako llamó a su casa por el teléfono público del vestíbulo, y en menos de una hora apareció su padre en una camioneta.



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