Al otro extremo de la correa by Patricia B. McConnell

Al otro extremo de la correa by Patricia B. McConnell

autor:Patricia B. McConnell [McConnell, Patricia B.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Ciencias naturales, Hogar
editor: ePubLibre
publicado: 2003-04-01T05:00:00+00:00


¡Ah, mira! ¡Un cachorro!

Los humanos nos ponemos como tontos con los cachorros. Nos derretimos como la mantequilla al sol en cuanto vemos uno. Salga a la calle con un cachorro y se verá rodeado por humanos sonrientes que sólo desean acariciarlo. Hablarán y sonreirán al animal como si fuese un bebé y se mostrarán tiernos y simpáticos aunque un minuto antes pareciesen estar ocupados y se mantuvieran distantes. Por supuesto, no sólo nos ponemos como tontos con los cachorros de perro, sino que también lo hacemos con cualquier cría de mamífero, desde los garitos hasta los bebés elefantes.

Existe una razón para este comportamiento y deriva de nuestra naturaleza en tanto que animales sociales totalmente dependientes de los adultos para nuestra subsistencia. Indefensos en el momento de nacer, no tenemos ninguna posibilidad de continuar en el mundo sin los intensivos y prolongados cuidados parentales. Ese largo periodo de desarrollo con cuidados parentales es una característica de los primates y nos diferencia de muchos otros animales. Veamos el caso de los potros, los corderos y los antílopes jóvenes: todos nacen aptos para correr junto a sus madres al cabo de pocas horas de venir al mundo. Pero muchos animales inteligentes y muy sociales —como los primates, los elefantes, los lobos y los perros domésticos— nacen necesitados e indefensos y requieren cuidados parentales no sólo inmediatamente después de haber venido al mundo, sino durante mucho tiempo después. En ese sentido, los primates nos parecemos más a los perros que a la mayoría de los demás animales.

Aunque los cachorros nacen tan indefensos como los bebés humanos, los perros maduran mucho antes que nosotros[24]. Hacia las tres semanas, los cachorros empiezan a dar sus primeros pasos vacilantes (aunque debe admitirse que generalmente son hacia atrás). Al año, un perro tal vez no esté maduro físicamente, pero es fuerte y rápido y puede realizar alguna tarea importante. Los perros de un año destacan en deportes propios de caninos como el juego con pelotas y el frisbee (aunque la práctica excesiva de estas actividades puede resultar perjudicial), y un perro pastor de un año es lo suficientemente veloz como para ganarle a la más rápida de las ovejas. Pero un niño de un año está a punto de aprender a caminar y de ninguna manera podría recibir lecciones de tenis. Comparado con el de los corderos, el desarrollo de los perros es lento, pero comparados con los perros, los humanos maduramos a paso de tortuga.

Este lento desarrollo tiene un objetivo. Se requiere mucho aprendizaje y gran experiencia para desenvolverse en una sociedad tan compleja como la de los primates. Si se trata de un chimpancé, un bonobo, un gorila o un humano, se requieren décadas. Durante este proceso de lento desarrollo los niños pueden ser dependientes, pero no carecen de poder. Los niños están equipados con una serie de señales visuales con las que pueden dominar a un adulto. El dulce rostro de grandes ojos de un niño de dos años tiene el poder de ablandar al adulto más rudo.



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