Empiezo a recordarte by Noe Casado

Empiezo a recordarte by Noe Casado

autor:Noe Casado [Casado, Noe]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 2018-09-30T16:00:00+00:00


* * *

—Oh, my God!

Pierce sonrió ante el comentario de Albertine, que iba a convertirse en un clásico.

—¿Qué te trae por aquí? —preguntó amable, dejándola pasar, pues iba cargada de bolsas.

—Tenemos una cena pendiente, ¿recuerdas? —ronroneó ella.

—Lo recuerdo.

—¿Has estado trabajando toda la tarde? —Él asintió—. ¿Tú solito?

—Ajá. Pero la próxima vez, puedes hacerme compañía —sugirió, y Albertine se rio coqueta.

—Bueno, se supone que Séverine y tú estáis en el mismo barco —dijo la joven, buscando a su amiga con la mirada—. ¿Y no sabes nada de ella?

—No, no se ha puesto en contacto conmigo en toda la tarde.

—Será tonta del culo… —murmuró sin perder la sonrisa. Sacó su móvil para llamarla, confiando en que Séverine diera señales de vida.

Pierce se quedó de pie, con las manos en los bolsillos, observándola divertido. Vaya curvas, vaya tetas, sabía muy bien de qué hablaba, y vaya vestido azul que lucía. Todo en su sitio, maquillaje, peluquería… vamos, una mujer de bandera con la que no le importaría tener algo más que palabras. Lástima que, uno, fuera lesbiana y, dos, que últimamente se excitara más con otra. Una pena.

—¡¿Qué has estado toda la tarde sola en tu cuarto leyendo?! Pero ¿tú estás tonta? —exclamó Albertine negando con la cabeza ante la estupidez de su amiga.

Pierce, que no perdía ripio de la conversación, hasta se alegró de que hubiera sido así, pensamiento que por supuesto no compartiría con nadie.

—Haz el favor de venir ahora mismo a la suite del señor Wesley. —Pausa en la que ella frunció el cejo—. ¿Cómo que no? No me obligues a tener que ir a buscarte. Vamos a cenar aquí los tres.

—Cena tú con él si tanto de gusta —replicó Séverine gruñona.

—He dicho que vengas, vamos a pasarlo genial, ya lo verás. Será una velada entre amigos, nada más —afirmó, mirando de reojo a Pierce, que disimulaba como podía su sonrisa.

—Mmm, vale, pero nada de tonterías. ¿De acuerdo? —dijo Séverine.

—Prometido —mintió su amiga.

—No te creo, pero aun así iré.

—Ya viene para acá —le comunicó Albertine y adoptó una actitud resignada—. ¡No puedo con ella!

—¿Vamos pidiendo la cena? —propuso él amable y la joven asintió—. ¿Qué te apetece?

—Cualquier cosilla —respondió, siempre sugerente.

Él llamó al servicio de habitaciones para encargar la cena y, mientras aguardaban, charlaron de temas un tanto banales. Ella le contó algunas anécdotas de su trabajo y Pierce disfrutó de lo lindo con las ocurrencias de la rubia.

—Ni te imaginas lo babosos que son algunos, aunque con otros, la verdad, a veces estoy tentada de volver a la senda de la heterosexualidad.

—¿Dudas?

—Sí, en más de una ocasión —confirmó lanzando el anzuelo, porque iba a ponerlo a prueba.

—¿Y lo has hecho?

—Ni te imaginas el tiempo que hace que no me como una buena polla.

A Pierce le dio un ataque de tos ante la sinceridad brutal con la que se expresaba.

—Por mí no te prives —acertó a decir mientras recuperaba la normalidad.

—Es una propuesta que tendré en cuenta —aseveró Albertine sonriendo de oreja a oreja.

—Gracias, me lo tomaré como un cumplido —dijo él, educado, tras recuperarse de la impresión.



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