El vestido blanco by Nathalie Léger

El vestido blanco by Nathalie Léger

autor:Nathalie Léger [Léger, Nathalie]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Biografía, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 2018-08-01T00:00:00+00:00


Cuando repatriaron su cuerpo, dos mil personas asistieron al funeral, que se celebró en la parroquia de la familia, cerca del corso Garibaldi, en Milán, donde vivía Pippa, la basílica de San Simpliciano, a la que, según dicen, san Ambrosio, obispo de la ciudad, llamaba Basílica de las Vírgenes. Aquel fue un día de profunda conmoción. Todo el mundo cantó y bailó; por un lado, llegaban cánticos, y, por el otro, canciones anarquistas, fanfarrias. El Corriere della Sera del 20 de abril de 2008 informó de que Vittorio Sgarbi, entonces secretario de Estado de Cultura, había prometido organizar una gran exposición dedicada a la obra de Pippa, de que un sinfín de mensajes pedían que se la galardonara con el Premio Nobel de la Paz y de que el alcalde de Milán había anunciado la creación de un monumento a la memoria de Pippa Bacca.

En una entrevista, Alda Merini dijo: «Sentí el deseo de aquella mujer de desposarse con la maldad, con la violencia. Fue un acto de locura suprema. Eso sí, una locura noble y hermosa que, creo, es la misma que tienen los santos».

Recuerdo con nitidez que fue en el zoo de Saint-Jean-Cap-Ferrat, unas semanas antes de su cierre definitivo, cuando por primera vez hablé con mi madre sobre el tema que estaba investigando. Todavía no habíamos ido a pasear por los alrededores de nuestra antigua casa ni tampoco mi madre me había hablado de su proyecto. Caminábamos por los senderos a la sombra de unos gigantescos eucaliptos, serpenteando hábilmente entre los troncos veteados de luz, tratando de vislumbrar los ibis sagrados o las cebras de Chapman por los que en otro tiempo el zoo había sido famoso. Mi madre escuchaba atentamente y me hacía todo tipo de preguntas sobre la construcción de un monumento conmemorativo, sobre los trámites, la forma, el tamaño, el material; sobre si uno era libre de hacer lo que quisiera o si había unas dimensiones obligatorias, y sobre qué pensaría la madre de aquella joven artista, que debía de estar muy contenta de que se quisiera honrar la memoria de su hija. Lo dijo con ese tono de piedad indolente, de empatía edulcorada, que mi madre siempre utiliza cuando habla de enfermos o, mejor aún, de moribundos y a veces de mí; lo dijo aminorando el paso, agachando la cabeza; mi madre, que siempre ha recurrido al tópico de emplear únicamente la energía indispensable para realizar los mayores esfuerzos, inclinaba la cabeza con aire suplicante incluso mientras caminaba, pues la banalidad de los sentimientos siempre acaba por absorber nuestra atención más que cualquier cansancio físico; y aquel día no me limité a mencionarle mi proyecto, sino que ahora recuerdo que se lo conté largo y tendido mientras de fondo se oían gruñidos, maullidos y una lluvia de graznidos; le hablé de mi descorazonadora incapacidad para entender la historia de aquella joven, de mi incapacidad para captar lo que su gesto tenía de trivial y de trascendente a la vez, y seguramente de incomprensible;



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