El secreto de Pembrooke Park by Julie Klassen

El secreto de Pembrooke Park by Julie Klassen

autor:Julie Klassen [Klassen, Julie]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Intriga, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2014-01-01T05:00:00+00:00


El domingo por la mañana, mientras estaban desayunando, Abigail observaba a su padre, que cortaba ensimismado las salchichas en rodajas. Luego miró a Miles, que se encontraba al otro lado de la mesa.

—Señor Pembrooke —empezó—. Su… Supongo que no querrá venir con nosotros a misa, ¿verdad?

Miles abrió la boca, volvió a cerrarla y esbozó una cálida sonrisa.

—Gracias por invitarme, señorita Foster, aunque lo haya hecho de esa forma tan ambigua.

—No quise decir…

Levantó una mano para interrumpirla.

—Lo entiendo. Y no se preocupe, no me siento ofendido. De todos modos, tampoco tenía intención de ir. No me veo con fuerzas para enfrentarme a él.

Su padre decidió intervenir.

—¿Se refiere a enfrentarse a Mac Chapman? Venga, Miles. Espero que no le importe, pero mi hija me ha mencionado lo de los rumores que han corrido todos estos años sobre su padre. Me imagino que la mayor parte son tonterías sin sentido. Lo que no puede permitir es que unos cuantos chismosos de mente estrecha le impidan vivir su vida e ir adonde le plazca. —Dejó caer el tenedor y el cuchillo haciendo un ruido metálico.

—Es usted muy amable, señor Foster. Pero no me quedo en casa para evitar a Mac o a alguien en particular. Me refería a que no me atrevo a enfrentarme a Dios —explicó con aparente buen humor—. Al fin y al cabo, es su casa. Y no creo que sea precisamente bienvenido en ella, si sabe a lo que me refiero. No pertenezco a ese lugar.

—Por supuesto que pertenece. —A Abigail se le encogió el corazón al ver la vulnerabilidad de su rostro, a pesar de la expresión divertida con que pretendía enmascararla—. La iglesia es de todos. Igual que Dios. ¿No comió el mismísimo Jesús con pecadores y publicanos?

—Me halaga usted, señorita Foster.

—No quería decir que…

—Cielos, qué fácil es gastarle una broma. —Le dio una ligera palmada en el brazo—. Ahora en serio. Agradezco su consideración y tendré en cuenta sus palabras. Pero por ahora prefiero quedarme aquí. No quiero interrumpir las oraciones de todas esas buenas almas y usted sabe que mi presencia lo haría. No creo que pudiera pasar desapercibido entre, ¿cuántos?, ¿dos docenas de feligreses?

—Más o menos —reconoció ella.

—¿Lo ve? La esperaré aquí. Y… que sepa que no me importaría si desea incluirme en sus oraciones.

—Lo haré —le aseguró con seriedad.



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