El renuevo y otros cuentos by Carlos Montenegro

El renuevo y otros cuentos by Carlos Montenegro

autor:Carlos Montenegro [Montenegro, Carlos]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1929-09-15T00:00:00+00:00


LOS HÉROES

—¡Cuatrero y cobarde! ¡Comedor de huevos fritos! ¡Ladrón!

Allí estaba la avalancha, la furia peligrosa y terrible de aquel hombre un tanto esmirriado, de aquel vejete de rostro curtido y fosco, que hubiera parecido próximo a la tumba si no irradiase de él tanta fuerza salvaje, tanta agresividad. La voz ronca se le cascaba al gritar, y el cuerpo, lanzado de un lado a otro de la tienda de campaña, le temblaba; pero de los ojos brillantes, protegidos por unos cristales mal acabalgados sobre la corva de su nariz de águila, se escapaban rayos de energía como si el sol hubiera cogido al sesgo la hoja pulida de un machete.

—¡Ladrón de ganado! Cada vez que mete una res en el pueblo, ¿qué vende? ¡Vende la revolución! ¡Qué sabes tú de esto, cuatrero? ¿Sabes lo que es la revolución? ¿Sabes qué es? ¿Lo saben ustedes?

El Generalísimo se dirigía indistintamente, ora a sus ayudantes, ora al hombre que, a los pasos de la entrada, hacia el interior de la tienda, se mantenía en una posición rígida, y que a todas luces, a pesar de la impasibilidad de su rostro, era el reo.

—¿Lo sabes tú? —volvió a preguntar, deteniéndose iracundo delante del supuesto reo—. ¿No contestas?

—Sé lo que es la revolución —repuso este—. Soy insurrecto del 68.

En el fondo de la tienda los ayudantes cambiaron de posición; el Generalísimo se quedó un instante en suspenso, fijos los ojos encendidos en los ojos del que se había atrevido a replicarle y, poco a poco, la mano crispada se dirigió al mango del machete pequeño, corvo y mohoso, que mantenía la salud de la revolución por todo el espinazo de la Isla.

Y con la hoja fuera de la vaina, la voz ronca, balbuciente por la ira, rugió:

—¿Cómo dices, cuatrero?

—Soy de Yara —insistió el reo—. Soy coronel de la revolución y sé lo que ella significa.

Uno de los ayudantes, en el fondo de la tienda, dio un paso hacia adelante, en tanto que, contra el cuerpo rígido del rebelde, caía la hoja corva y mohosa del primer machete de la insurrección.

—¡Cómo! ¿Tú sabes lo que es la revolución? ¡Tú que la vendes! ¡Tú que has metido la carne de la revolución en el pueblo para engordar soldados! ¡Dí! ¿Quién te hizo coronel?

¡Dílo! ¡Para degradarlos a los dos! ¡Para colgarlos a los dos!

Porque los dos debéis ser iguales, los dos ladrones, cuatreros, comedores de huevos fritos, buenos solo para enseñarle las espaldas al soldado! ¡Dílo! ¿Fue algún cuatrero como tú, de esos que mandé a buscar, no?

—Maceo —dijo sordamente el otro.

—¡Maceo! —el Generalísimo vaciló, y no vaciló, más bien se detuvo para cobrar nuevos ímpetus—. ¿Y qué me dices a mí con Maceo? ¿Esas son las estrellas que te puso? ¡Mira cómo te las arranco! ¿Me quieres meter miedo ahora con Maceo, carroña? ¡Delante de él te haría lo mismo! ¿Maceo?

¡Yo! ¡Yo te las arranco; son de papel! ¡De dedo!

—Estoy ratificado por el cuartel general —insistió el contumaz.

—¡Cállate! ¡Cállate, ladrón! ¡Quédate en atención y cállate, como callado



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