La Eneida (en Prosa) by Virgilio

La Eneida (en Prosa) by Virgilio

autor:Virgilio
La lengua: es
Format: mobi
Tags: Clasico Latino
publicado: 2011-07-11T22:00:00+00:00


OCTAVO LIBRO DE LA ENEIDA

Luego que Turno levantó en el alcázar de Laurento el pendón de la guerra y retumbaron con ronco estruendo las bocinas; luego que apercibió a la lid sus bravos caballos y sus armas, conturbáronse de súbito los ánimos; al mismo tiempo todo el Lacio se conjuró en tumultuario alboroto, y la impetuosa juventud prorrumpe en fieros clamores. Sus primero capitanes, Mesapo, Ufente y Mecencio, despreciador de los dioses, allegan con violencia auxilios de todas partes y talan a los labradores sus dilatados campos; enviado Vénulo, parte a la ciudad del gran Diomedes en demanda de socorros y para noticiarle que los Teucros se hallan en el Lacio; que a él ha arribado Eneas con su armada, trayendo consigo sus vencidos penates; que se dice destinado por los hados a reinar en aquellas regiones; que muchos pueblos han ido ya a reunirse al héroe dardanio; que su nombre va teniendo cada vez más eco en todo el Lacio; y por último, que mejor que el rey Turno o que el rey Latino, debía él conocer claramente qué preparan aquellos comienzos y a cuál resultado de la guerra aspira Eneas si le propicia la fortuna.

Así andaban las cosas por el Lacio, con lo que fluctuaba el héroe troyano en un mar de cuidados, llevando ya aquí, ya allí su pensamiento, sin acertar a fijarle en parte alguna; no de otra suerte la trémula luz del sol o la imagen de la radiante luna, cuando reverbera en las aguas de un jarrón de bronce, revolotea, iluminando todos los contornos, chispea en los aires y va a herir los artesones de la encumbrada techumbre.

Era la noche, y un profundo sueño embargaba a los fatigados vivientes de la tierra y de los aires, cuando el gran caudillo Eneas, turbado el pecho con los tristes pensamientos de la guerra, se tendió en la ribera bajo la bóveda del frío éter, y dio a sus miembros un tardío descanso. Entonces el mismo dios de aquellos sitios, el Tíber, se le apareció, en figura de un anciano, entre los frondosos álamos de la ribera, y levantándose del fondo de sus serenas aguas, cubierto con un ligero cendal de verdoso color y ceñido el cabello de hojosas espadañas, le habló así, sosegando su espíritu con estas palabras: "¡Oh hijo del linaje de los dioses, que nos restituyes la ciudad troyana salvada de manos de sus enemigos, y conservas el eterno Pérgamo! ¡Oh tú, esperado en el suelo de Laurento y en los campos latinos! Aquí tienes segura morada y seguros penates; no desistas ni te dé gran cuidado de esta guerra; ya para ti han acabado los grandes afanes, ya han calmado las iras de los dioses... No creas que esto es ilusión del sueño; ya vas a encontrarte, tendida bajo las encinas de la ribera, una corpulenta cerda blanca dando de mamar a treinta lechoncillos blancos como ella; éste es el sitio en que has de edificar tu ciudad, éste el descanso de tus



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