_Fernan_Caballero-Clemencia(c.1) by Fernan Caballero

_Fernan_Caballero-Clemencia(c.1) by Fernan Caballero

autor:Fernan Caballero
La lengua: es
Format: mobi
publicado: 2011-12-31T16:47:49+00:00


Capítulo VII

El interés que Clemencia había demostrado a Pablo y el calor con que ensalzó su acción, despertaron en don Martín un pensamiento, que él mismo extrañó no haber tenido antes, y era el unir a su hija y a su sobrino.

Pensó que Pablo, a quien en el fondo quería y apreciaba, Pablo que era un Guevara, que era un gran inteligente en cosas de campo, que tenía buen carácter y excelentes costumbres, Pablo, que iba a ser su heredero, era el hombre indicado y más a propósito para hacer una buena suerte a su malva-rosa; consideró también que era tiempo de pensar en poner esto por obra, en vista de que si su hermano el Abad y él llegaban a faltar, quedaría su hija sola y desamparada en los más bellos años de su vida. Lo que más le halagaba en todo este plan que trazó, fue que Clemencia no se separaría de él; esta razón en que entraba su egoísmo, pesaba cien arrobas.

Don Martín era pronto en sus resoluciones y expeditivo en su ejecución. Así sucedió, que a los dos días, habiendo salido su mujer por haberle avisado su prima la monja que tenía locutorio, dijo don Martín a Clemencia:

—Ven acá, malva-rosita, apropíncuate, que tengo que decirte. Ha más de seis años que murió tu marido. ¿No es así?

—Sí señor —contestó Clemencia—, a quien este recuerdo impresionó triste y amargamente.

—Cuentas más de veinte y dos años, y es preciso que pienses en tomar estado, pues al fin no te has de quedar viuda toda tu vida como las de tu jardín.

—Señor —contestó angustiada Clemencia—, por Dios, no penséis en eso. ¿Cómo ni dónde estaré yo mejor y más contenta que a vuestro lado y al de mi tío?

—¡Sí! el uno un pochancla y el otro una maula. ¡Buen par de potalas! ¡Buen par de tutelas! El día menos pensado cerramos el ojo, y te hallarás sola como el espárrago.

—Señor, ¿no me habéis dicho tantas veces que un alma sola, ni canta ni llora?

—Sí, pero ahora es tiempo de que cante, malva-rosita.

Clemencia quedó tristemente sobresaltada; nunca se le había presentado la idea de la falta de sus Padres y de su tío. Los jóvenes, por fortuna, nunca piensan en la muerte de los viejos cuando los aman: así fue que calló, pues no se le ocurría qué contestar. Don Martín prosiguió:

—Quiero yo tener el gusto, cuando me muera, de dejarte amparada por un hombre de mi satisfacción, y ninguno hallo que para ello más a propósito sea que Pablo, cuyas circunstancias todas son a pedir de boca, a lo que se une la conveniencia de que no nos separaremos y seguiremos viviendo juntos. ¿Qué dices a eso, malva-rosita?

Clemencia, aturdida y consternada, callaba.

Don Martín no alcanzaba que las continuas burlas que hacía de Pablo, si bien podrían no haber impresionado juicios superiores, y por lo tanto independientes, como lo era el de su hermano el Abad, debían por precisión haber influido desfavorablemente en un juicio dócil y juvenil como el de Clemencia.



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