El planeta americano by Vicente Verdu

El planeta americano by Vicente Verdu

autor:Vicente Verdu
La lengua: es
Format: mobi
publicado: 2012-01-27T00:09:22.849941+00:00


EL ODIO A LOS INTELECTUALES

Los norteamericanos repudian la sofisticación. Los americanos son campesinos u operarios, aman la sencillez y los discursos que van directamente al grano. Ser espontáneo y mostrar buen humor, tomar lo serio sin retórica ni solemnidad, hablar de lo general a través de lo particular y, desde luego, jugar con el humor son las condiciones que cualquier comunicador debe cumplir si pretende la adhesión del público.

Escritores desde Mark Twain a J. K. Galbraith han sabido que para ganar lectores es inexcusable hacerles sonreír. Hasta las películas de violencia se aderezan a menudo con frases chistosas, las películas de amor reclaman su comedia, los westerns o los thrillers están salpicados de gags. Un Bergman, un Resnais o un Antonioni son antinorteamericanos. No digamos ya los filósofos franceses o alemanes o incluso el llamado pensiero debole italiano.

En las conferencias universitarias, en los diarios, en los reportajes televisivos, en los juicios, en los discursos políticos o en las alocuciones religiosas existe al menos un momento en que la concurrencia ríe. Se rieron los abogados, el juez y los asistentes en las sesiones de juicio contra O. J. Simpson, se ríen los presentadores y los telespectadores en los telediarios, en las conferencias de prensa del presidente o en los oficios. El intelectual que pretenda influir debe ser chispeante en sus ensayos, el profesor que imparte una clase ha de tener dispuesta una chanza al comienzo o en el trascurso de su lección. No importa de qué asunto se trate o lo importante que parezca. Siempre se encuentra un momento para la ironía y la anécdota. El sentido del humor es ya una forma de comunicación moderna, pero sus grandes maestros son norteamericanos. En la prensa apenas es concebible un reportaje sin esa particular amenidad, y hasta los artículos de fondo cuentan a menudo con un caso ejemplar que narrar o algún chascarrillo con el que ilustrarse. Pocos libros por especializados que parezcan eludirán esta forma de empatia que sustituye a una atención cejijunta. Antes que lo sesudo, lo que importa es lo sensible. Claridad, simpatía, antiintelectualismo conforman la tradición de su pensamiento aplicado.

Desde los comienzos, el antiintelectualismo subyace en la idea de América. Como toda idea, no se trata de una simple proposición sino de un complejo de proposiciones relacionadas con la religión, la sociedad y el proyecto general de establecimiento en esa parte del continente. Este antiintelectualismo ha fluctuado y fluctúa en intensidad según las épocas, pero siempre ha estado presente en una sociedad donde el intelectual es considerado pretencioso, despectivo o esnob. Y, en ciertas coyunturas, ha sido visto como peligroso.

En lugar del intelectual, malabarista del pensamiento, supuesto hipnotizador ideológico, el ciudadano pone en primer término al hombre de sentido común y de conocimientos prácticos. Una figura al estilo de Edison, por una parte, en el que brillan sus esfuerzos con invenciones aplicables, y un empresario al modo de Iacocca, que convierte sus ideas en un balance suculento. En cada americano hay un empresario, un bricoleur o un inventor de cosas destinadas a mejorar la vida para hacer, al cabo, un negocio patente.



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