El Libro de los Baltimore by Joël Dicker

El Libro de los Baltimore by Joël Dicker

autor:Joël Dicker [Dicker, Joël]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2015-01-01T05:00:00+00:00


21.

Durante el mes de abril de 2012, a medida que ordenaba las cosas de Tío Saul, los recuerdos de la Banda de los Goldman me daban vueltas en la cabeza. Hacía un tiempo particularmente bochornoso. Florida padecía una ola de calor excepcional y había una tormenta tras otra.

Fue durante uno de esos diluvios cuando por fin me decidí a llamar a Alexandra. Estaba sentado en el porche, al resguardo de la lluvia que caía ruidosamente sobre el tejadillo. Saqué la carta que siempre llevaba en el bolsillo de atrás del pantalón y marqué el número.

Descolgó al tercer tono.

—¿Diga?

—Soy Marcus.

Hubo un segundo de silencio. No sabía si se sentía apurada o contenta de oírme, y a punto estuve de colgar. Pero al final dijo:

—Markie, cuánto me alegro de que me llames.

—Siento muchísimo lo de las fotos y todo el número que se ha montado. ¿Sigues en Los Ángeles?

—Sí. ¿Y tú? ¿Has vuelto a Nueva York? Oigo un ruido por detrás.

—Sigo en Florida. Lo que oyes es la lluvia. Estoy en casa de mi tío, ordenando.

—¿Qué le pasó a tu tío, Marcus?

—Lo mismo que a todos los Baltimore.

Se hizo un silencio algo incómodo.

—No puedo hablar mucho rato. Kevin está aquí. No quiere que hablemos.

—No hemos hecho nada malo.

—Sí y no, Markie.

Me gustaba que me llamara Markie. Significaba que no todo estaba perdido. Y precisamente porque no todo estaba perdido, estaba mal. Me dijo:

—Conseguí pasar página después de lo nuestro. Había recuperado la estabilidad. Y ahora todo vuelve a estar confuso. No me hagas esto, Markie. No me hagas esto si no tienes fe en nosotros.

—Nunca he dejado de tener fe en nosotros.

No dijo nada.

La lluvia arreció. Nos quedamos al teléfono, sin hablar. Me tumbé en el banco corrido que había en el exterior de la casa: volví a verme, cuando era adolescente, con el teléfono de cable, tumbado en mi cama de Montclair mientras ella hacía lo mismo en Nueva York, empezando una conversación que probablemente iba a durar unas cuantas horas.



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