El largo viaje by Jorge Semprún

El largo viaje by Jorge Semprún

autor:Jorge Semprún [Semprún, Jorge]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1963-01-01T05:00:00+00:00


II

Vuelve a caer de pie, por suerte, y se libera a codazos del barullo. Más lejos, los de las SS van alineando a los deportados en columnas de a cinco. Corre hacia allá, intenta deslizarse en medio de la columna, sin conseguirlo. Un remolino del grupo le expulsa hacia la fila exterior. La columna se pone en marcha a paso ligero y un culatazo en la cadera izquierda le empuja hacia adelante. El aire helado de la noche le corta la respiración. Alarga el paso, para alejarse todo lo posible del miembro de las SS que corre a su lado y que resopla como un buey. Mira de reojo al de las SS, que tiene la cara deformada por un rictus. Quizá sea por el esfuerzo, quizá por el hecho de que no para de vociferar. Felizmente, no es un SS con perro. De repente, un agudo dolor le atraviesa la pierna derecha, y comprueba que va descalzo. Ha debido de herirse con algún guijarro oculto en la nieve enfangada que recubre el andén. Pero no tiene tiempo de ocuparse de sus pies. Instintivamente, intenta controlar la respiración, adaptarla al ritmo de su paso. De pronto le entran ganas de reír, recuerda el estadio de La Faisanderie, la hermosa pista de hierba bien cortada entre los árboles de la primavera. Había que dar tres vueltas para hacer mil metros. Peiletoux le atacó en la curva de la segunda vuelta, y él cometió el error de resistir al ataque. Mejor hubiera sido dejarle pasar y adaptarse a su ritmo. Mejor hubiera sido conservar la reserva de velocidad para la recta final Hay que decir que era la primera vez que corría los mil metros. Luego había aprendido a controlar su carrera.

—Están locos, estos tíos.

Reconoce esta voz, a su derecha. Es el muchacho que intentó hace un rato poner orden en el vagón. Gérard le lanza una ojeada. El tipo ha debido de reconocerle también, pues le hace una señal con la cabeza. Mira detrás de Gérard.

—¿Y tu compañero? —dice.

—En el vagón —dice Gérard.

El tipo tropieza y se endereza ágilmente. Parece estar en forma.

—¿Y cómo es eso? —pregunta.

—Muerto —dice Gérard.

El tipo le lanza una ojeada.

—Mierda, no he visto nada —dice.

—Justo al final —dice Gérard.

—El corazón —dice el tipo.

Un muchacho cae cuan largo es, ante ellos. Saltan por encima de su cuerpo y continúan. Detrás, se produce un barullo y las SS, sin duda, intervienen. Se oye ladrar a los perros.

—Hay que pegarse al grupo, chico —dice el tipo.

—Ya lo sé —dice Gérard.

De repente, el de las SS que corría a su izquierda se ha quedado atrás.

—No te ha tocado un buen sitio —dice el tipo.

—Ya lo sé —dice Gérard.

—Nunca en el exterior —dice el tipo.

—Ya lo sé —dice Gérard.

Decididamente, estos viajes están llenos de gente razonable.

Desembocan en una gran avenida, brillantemente iluminada. La velocidad de la marcha, de repente, se aminora. Marchan a paso lento, bajo la luz de los reflectores. A cada lado de la avenida se yerguen altas columnas, coronadas de águilas con las alas plegadas.



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