El escultor de carne humana by Gustave Le Rouge

El escultor de carne humana by Gustave Le Rouge

autor:Gustave Le Rouge [Le Rouge, Gustave]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1922-01-01T00:00:00+00:00


IV

UN APARECIDO

Un mes antes de la desaparición de Joë Dorgan, la excelente mistress Griffton, que tenía en New-York una casa de viajeros muy acreditada, había sufrido uno de esos amargos contratiempos tan frecuentes en su profesión.

Un corredor de productos químicos —por lo menos él se hacía pasar por tal— había conseguido, gracias a falaces promesas, que la patrona le concediera crédito durante unas semanas. Después, de repente, un sábado, precisamente el mismo día que debía pagar su cuenta, había desaparecido, sin que se hubieran vuelto a tener noticias suyas.

Durante una semana entera, mistress Griffton no había cesado en sus lamentaciones, quejándose delante de los demás huéspedes, sobre todo cuando se hallaba reunida con ellos en la salita donde solían tomar el té.

—¡Estafador! —exclamaba con indignación, hablando del expensionista desaparecido—. ¡Qué desfachatez! ¡Sorprender de este modo mi buena fe, mi confianza! ¡Es realmente indigno de un yanqui!

Y terminaba, en tono afligido:

—Por supuesto, que esto ha sido una lección que procuraré no echar en saco roto. Jamás en la vida vuelvo a conceder crédito a nadie. ¡Lo juro!

Mistress Griffton tal vez se hubiera resignado a este percance si algunos de sus clientes no se hubiesen maliciosamente complacido en recordarle que el mal pagador desaparecido ofrecía un parecido evidente con el famoso Baruch Jorgell, el asesino del químico francés; y, para corroborar sus afirmaciones, le presentaban los números de los periódicos y de las revistas que publicaban el retrato del asesino.

—Mire usted, mistress —le repetían—; ¡ha perdido usted una excelente ocasión de cobrar una buena prima de muchos miles de dólares!

—Pero ¿ustedes creen que aquel joven tan pacífico podía ser el asesino del señor Maubreuil y el ladrón de los diamantes?

—Estamos seguros de ello; mire usted su retrato —contestaban los otros a coro.

Y, efectivamente, entre el célebre asesino y el deudor desaparecido existía un parecido notable.

Por fin, después de pensarlo mucho, se decidió a ir a la Dirección de Policía para hacer una declaración en regla. Esperaba que la felicitarían por el interés en favor de la tranquilidad pública que su acto demostraba; pero vio con sorpresa que, por el contrario, era muy mal recibida por el jefe de los detectives.

—¡Mistress! —exclamó este, furioso—, no hacía falta que se molestara usted en venir. ¿En qué ha estado usted pensando? ¡Tener en su casa y en su mesa a un criminal cuya cabeza está pregonada a precio de oro, fijarse inclusive en que se parece a los retratos publicados en los periódicos y no ocurrírsele venir más que cuando el pájaro ha volado ya! ¡Es inaudito!

—Pero yo lo ignoraba; ya puede usted suponerlo, master. ¡Si yo hubiese podido suponer!… ¡Figúrese que hasta le concedí crédito!

—¡Es usted una estúpida! ¿Naturalmente, no la ha pagado?

—¡No, master!

—¡Es usted verdaderamente tonta! Ha hecho bien; usted se lo merece. A estas horas, el asesino debe estar camino del extranjero o escondido en algún sitio desierto. ¡Este se nos escapa!

Y añadió, mientras acompañaba a la pobre patrona de la casa de viajeros hasta la puerta:

—La pista se ha perdido; y perdido del todo, ¡gracias a usted! ¡Tanto gusto, mistress!

Mistress Griffton estaba furiosa.



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