El crepúsculo de cobre by Lajos Zilahy

El crepúsculo de cobre by Lajos Zilahy

autor:Lajos Zilahy [Zilahy, Lajos]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1949-11-15T00:00:00+00:00


Pasó dos veces por el lado de Zia, pero ésta hacía ya rato que había olvidado que se trataba de ella. La voz cantante recordaba la de los vendedores de periódicos o de caramelos en las estaciones. Con el rostro impasible, Zia permanecía sentada detrás de su vaso de agua, intacta, que había perdido ya las burbujas de la efervescencia.

El muchacho del teléfono se detuvo delante de la mesa de los actores y cantó de nuevo:

—¡Teléfono para la señorita Teréz Hemli!

—¿Para quién? —preguntó un viejo actor inclinando su oreja peluda hacia el muchacho cuyo canto había interrumpido una historia que estaba refiriendo por segunda vez.

—¿La señorita Teréz Hemli?

—Soy yo. —El viejo artista hizo un ademán de levantarse, produciendo un estallido de risas ante los tarros de cerveza. Pero se volvió a sentar y le gritó al muchacho—: ¡Idiota! ¿No ves que aquí no hay más que hombres? ¡Vete al diablo!

El muchacho dio media vuelta guiñando el ojo y se marchó. Miró alrededor de la sala y se dirigió a Zia porque era la única figura femenina del establecimiento. Esta vez no pregonó el nombre, sino que se limitó a preguntarle:

—¿La señorita Teréz Hemli?

Zia volvió en sí. Cualquiera en su estado de espíritu hubiera derribado las sillas para dirigirse a la cabina telefónica. Ella se levantó y se dirigió hacia allí más despacio incluso de lo que era necesario. Oyó la voz de Ubi.

—Han ido al piso de la actriz en Mmen-n-ta Utca. ¿No olvidarás la dirección?

—No, no…

—Toma un taxi. El chófer sabrá dónde está el lugar, está en Rózsahegy, en Buda.

—Pero ¿qué hacen allí?

La pregunta no era realmente muy indicada, pero fue su voz temblorosa quien la hizo. Era la chiquilla aterrada que hace preguntas misteriosas a los adultos. Ubi tenía una contestación.

—Están cenando. En el camino se han detenido en el «Hungría» y el camarero ha metido un paquete en el coche. Debían haber en-n-n-cargado la cena antes.

—¿Hay alguien más con ellos?

Ubi tardó en contestar porque el tono de la voz de Zia delataba que se agarraba a la última brizna de esperanza.

—N-n-n-o. Están-n solos.

—Voy a ir allá.

—¡Un minuto! —gritó Ubi, temiendo que Zia hubiese colgado ya—. ¡Repite la calle y el número de la casa!

No hubo respuesta. Zia había olvidado ya la calle y el número.

—Ya lo ves. Estás agitada. Escríbelo; te lo dicto.

—No lo olvidaré.

—¡Escríbelo!

—¿Cómo quieres que lo escriba? Estoy en la cabina oscura… no tengo lápiz… ¡Oh, Dios mío!

—Piensa en tu madre.

—¿Por qué quieres que piense en mi madre?

—Tu madre se llama Men-n-ti. El nombre de la calle es Men-n-ta. Así no lo olvidarás. Repítelo, ahora…

Sólo un comerciante en huevos puede ser tan práctico. Una vida de negocios y de conocimientos de embarque proporciona estos rasgos de ingenio, para ejercer la memoria.

—Número catorce. Piensa en un caballo, porque tiene cuatro cascos y añades diez que es número redondo.

Ubi se daba perfecta cuenta de que era más difícil recordar la explicación que el número catorce solo. Su voz brotó en la oscuridad con una nueva idea.

¿Sabes qué? No sería muy hábil ir directamente a la casa.



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