El cero y el infinito (trad. Eugenia Serrano Balanyà) by Arthur Koestler

El cero y el infinito (trad. Eugenia Serrano Balanyà) by Arthur Koestler

autor:Arthur Koestler [Koestler, Arthur]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1940-01-01T00:00:00+00:00


VI

La víspera del día en que expiraba el plazo fijado por Ivanof, mientras le servían la comida, Rubachof tuvo el presentimiento de que algo inusitado flotaba en el aire. No se explicaba por qué; la cena había sido distribuida según el ritual ordinario; las melancólicas notas de la trompeta sonaron puntualmente a la hora prescrita para el toque de queda; y, no obstante, Rubachof creía encontrar cierta tensión en la atmósfera. ¿Acaso uno de los mozos le había mirado de manera un poco más expresiva que de costumbre?, ¿acaso la voz del viejo carcelero tenía una entonación extraña? Rubachof no sabía lo que era, pero no podía trabajar; sentía la tensión en sus nervios como los reumáticos sienten una tempestad.

Después del segundo toque de corneta, miró al corredor; las luces eléctricas, con un voltaje reducido, alumbraban poco y su luz incierta se extendía por el suelo; el silencio de la galería era más definitivo y más desesperado que nunca. Rubachof se acostó sobre su camastro, se levantó, se esforzó en escribir algunas líneas, apagó una colilla y encendió otro cigarrillo. Miró al patio: el deshielo había comenzado, la nieve era sucia y blanda, el cielo estaba cubierto; sobre el parapeto de enfrente, el centinela, fusil al hombro, hacía su ronda. Rubachof volvió a mirar por la mirilla a la galería: silencio, desolación y luz eléctrica. Contra su costumbre, y a pesar de la hora tardía, entabló conversación con el número 402.

—¿Duermes? —preguntó.

No hubo respuesta enseguida, y Rubachof esperó todo decepcionado. Pero luego vino la contestación más lenta que de ordinario:

—No. ¿Lo sientes también?

—¿Sentir… qué? —preguntó Rubachof. Respiraba penosamente, acostado sobre su cama y golpeando con sus lentes.

El número 402 vaciló aún un momento. Luego golpeó tan suavemente que se habría dicho que hablaba en voz baja:

—Es preferible que te duermas.

Rubachof siguió inmóvil sobre su camastro y se avergonzó de que el número 402 le hablara con este tono paternal. Tumbado sobre la espalda, miraba sus lentes, que tenía contra el muro, con la mano medio levantada. El silencio exterior era tan denso que oía zumbar sus oídos. De repente el muro se puso a hablar:

—Es curioso que lo hayas sentido tan pronto…

—Pero ¿qué he sentido? Explícame —golpeó Rubachof, alzándose sobre su camastro.

El número 402 pareció reflexionar. Tras una breve vacilación golpeó:

—Esta noche se arreglan ciertas diferencias políticas…

Rubachof comprendió. Quedó sentado contra la pared, en la oscuridad, esperando que se le dijese aún más. Pero el número 402 no decía nada. Al cabo de un momento, Rubachof golpeó:

—¿Ejecuciones?

—Sí —respondió el 402 lacónico.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Rubachof.

—Por Morro de Liebre.

—¿A qué hora?

—No lo sé.

Luego, después de una pausa:

—Pronto. ¿Conoces los nombres? —preguntó Rubachof.

—No —respondió el número 402—. Gente de tu clase. Divergencias políticas.

Rubachof se calló y se tumbó. Al cabo de un momento se puso sus lentes, y luego quedó inmóvil con un brazo bajo el cuello. De fuera no llegaba ningún ruido. Todos los movimientos estaban sofocados, helados en la oscuridad de la prisión.

Rubachof no había asistido nunca a una ejecución. Estuvo a punto de asistir a la suya; pero esto fue durante la guerra civil.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.