El candor del Padre Brown by Chesterton Gilbert Keith

El candor del Padre Brown by Chesterton Gilbert Keith

autor:Chesterton, Gilbert Keith [Chesterton, Gilbert Keith]
Format: epub
Tags: General Interest
publicado: 2010-03-02T00:59:07+00:00


Como savia nueva para los árbolespujantes,

tal es el oro rubio para los Ogilvie.

es al mismo tiempo metafórico y literal. No sólo significa el anhelo de bienestar de los Glengyle; también significa, literalmente, que coleccionaban oro, que tenían una gran cantidad de ornamentos y utensilios de este metal. Que eran, en suma, avaros con la manía del oro. Y a la luz de esta suposición recorramos ahora todos los objetos encontrados en el castillo; diamantes sin sortija de oro; velas sin sus candelabros de oro; rapé sin tabaquera de oro; minas de lápiz sin el lapicero de oro; un bastón sin su puño de oro; piezas de relojería sin las cajas de oro de los relojes, o, mejor dicho, sin relojes. Y, aunque parezca. locura, el halo del Niño Jesús y el nombre de Dios de los viejos misales sólo han sido raspados porque eran de oro legítimo.El jardín pareció llenarse de luz. El sol era ya más vivo, y la hierba resplandecía. La verdad se había hecho. Flambeau encendió un cigarrillo mientras su amigo continuaba:

–Todo ese oro ha sido sustraído, pero no robado. Un ladrón no hubiera dejado rastros semejantes: se habría llevado las tabaqueras con rapé y todo, los lapiceros con mina y todo, etc. Tenemos que habérnoslas con un hombre que tiene una conciencia muy singular, pero que tiene conciencia. Este extraño moralista ha estado charlando conmigo esta mañana en el jardincito de la cocina, y de sus labios oí una. historia que me permite reconstruirlo todo:

El difunto Archivald Ogilvie era el hombre más cercano al tipo de hombre bueno que jamás haya nacido en Glengyle. Pero su virtud, amargada, se convirtió en misantropía. Las faltas de sus antecesores le abrumaban, y de ellas inducía la maldad general de la raza humana. Sobre todo tenía desconfianza de la filantropía o liberalidad. Y se prometió a sí mismo que, si encontraba un hombre capaz de tomar sólo lo que estrictamente le correspondía, ése sería el dueño de todo el oro de Glengyle. Tras este reto a la Humanidad, se encerró en su castillo sin la menor esperanza de que el reto fuera nunca contestado. Sin embargo, una noche, un muchacho sordo y al parecer idiota vino de una aldea distante a traerle un telegrama, y Glengyle, con un humorismo amargo, le dio un cuarto de penique nuevo que llevaba en el bolsillo entre las otras monedas. Mejor dicho, eso creyó haber hecho, porque cuando, un instante después, examinó las monedas, vio que aún conservaba el cuarto de penique, y echó de menos en cambio una libra esterlina. Este accidente fue para él un tema de amargas medí taciones. El muchacho había demostrado la codicia que era de esperar en la especie humana. Porque, si desaparecía, era un ratero vulgar que se embolsa una moneda. Y si volvía, haciéndose el virtuoso, era por la esperanza de la recompensa. Pero a la medianoche, Lord Glengyle tuvo '' que levantarse a abrir la puerta porque vivía solo- y se encontró con el sordo idiota.



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