El calor de la noche by Sylvia Day

El calor de la noche by Sylvia Day

autor:Sylvia Day [Day, Sylvia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Erótico, Fantástico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2008-01-08T05:00:00+00:00


9

—¡Listo!

Connor se puso de pie, pisó en el peldaño ya arreglado y dio varios saltos. Aquello soportó semejante maltrato a la perfección.

—¡Ñam! —susurró Stacey.

Levantó la vista cuando se abrió la puerta mosquitera y salió ella.

—Hola.

—Hola.

Connor conocía la mirada que ella tenía en los ojos. La había visto en otras mujeres. Sin embargo, era la primera vez que se la veía a Stacey, quien, al humedecerse inconscientemente los labios a la vez, le alteró la sangre.

—Cielo —susurró—. Da la impresión de que quieres comerme vivo.

—¿Has estado sin camisa aquí fuera todo el tiempo? —preguntó ella, con la respiración un poco entrecortada. Se había recogido el pelo en unas adorables coletitas y llevaba dos vasos llenos de un líquido rojizo con hielo. Por alguna razón, aquel peinado tan de niña la hacía de lo más sexy. Stacey no tenía nada de infantil, pero su aspecto le trajo a la memoria un juego de roles al que le encantaría entregarse con ella.

—La última media hora más o menos.

—Siento habérmelo perdido.

Él esbozó una sonrisa.

—Sigo aquí.

Ella parecía estar considerando la oferta. Él le dio un empujoncito llevándose la mano a la creciente erección que tenía bajo los tejanos.

—¡Serás descarado! —exclamó entre dientes, sin poder apartar la mirada.

—Me deseas. Y yo te deseo a ti —respondió él, sencillamente—. Mi cuerpo se prepara para llegar hasta el final. Es inútil fingir otra cosa.

Stacey exhaló y luego sonrió con falsa alegría. Una alegría que no se le reflejó en los ojos, nublados de turbación y anhelo.

—He pensado que a lo mejor te apetecía tomar un zumo de arándanos.

Él sabía cuándo presionar y cuándo retirarse.

—Me encantaría.

La comida sabía mejor aquí; tenía que reconocérselo al plano mortal. La comida china le había parecido fenomenal, al igual que el zumo de naranja que había tomado por la mañana en lugar de café. Podía imaginarse una vida de sobrealimentación y quemar luego toda la energía sobrante en la cama con Stacey.

El paraíso. Un sueño.

—¡Eh! —dijo con sorpresa fingida y exagerada. Se puso una mano en la oreja—. ¿Lo oyes?

Ella se quedó inmóvil en el tercer peldaño con un ceño que le estropeaba el espacio entre las cejas. Entonces abrió los ojos desmesuradamente. Mirando por encima del hombro hacia el porche, gritó:

—¡Has arreglado la puerta! —A Connor aquella sonrisa de alegría le impactó de lleno, porque esta vez iluminó sus preciosos ojos verdes.

Se encogió de hombros como si no se hubiera hinchado de orgullo masculino.

—Estrictamente hablando, era la cosita esa del enganche la que no funcionaba.

Stacey bajó los últimos peldaños y le ofreció un vaso. Le cogió un dedo entre dos de los suyos y lo sujetó.

—Gracias.

—De nada. —Connor se quedó allí parado, obligándose a respirar con un ritmo acompasado.

Ella apartó la mirada. Luego le soltó, se acercó a la barandilla del porche y apoyó los codos en ella. Parecía melancólica y él no sabía qué decir, así que se sentó en el banco mecedora que tenía más cerca y bebió a grandes tragos.

—Con una familia tan dedicada al servicio militar —empezó a



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