El ascenso de Pericles by Olga Romay

El ascenso de Pericles by Olga Romay

autor:Olga Romay [Romay, Olga]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-03-20T00:00:00+00:00


18

Una mujer llamada Elpinice

Después de la guerra solo se hablaba de la hermana de Cimón. Escandalizaba tanto a hombres como a mujeres, y no era indiferente a nadie.

Contaba con los atributos para dar que hablar: era bella al modo de las hetairas, que eran todas extranjeras y recibían a los hombres que pagaban grandes sumas por su refinada compañía. Los rasgos tracios de su madre la hacían única.

Pocos habían comprobado con sus ojos tal belleza, puesto que su hermano la tenía recluida en su casa sin permitirle salir más que lo necesario, y solo podía ser vista cuando Cimón tenía la deferencia de invitar a algún ateniense ilustre o, lo que era muy importante, acaudalado. Por supuesto que Pericles, demasiado joven y perteneciente a la familia rival, los Alcmeónidas, nunca fue invitado.

Después de la guerra, Elpinice volvió de Trecén sin compromiso alguno, y vivía con su hermano en la casa familiar. Pero los atenienses no veían con buenos ojos esa convivencia, y, como en la Asamblea siempre había alguien que odiaba a Cimón y no podían encontrar un resquicio con el que atacarlo, hicieron correr la voz de que ambos hermanos convivían en incestuoso concubinato.

Una calumnia tan jugosa se esparció como la peste. Como el rumor iba a más, Cimón entonces decidió que había que casar ya de una vez a Elpinice y dejar bien claro que la novia tenía una conducta intachable.

Pero, por fortuna, la fama de la hermosura de una mujer corre por Atenas más rápido que los informes sobre su reputación. A la puerta de Cimón llamaron muchos eupátridas de familias de renombre. Elpinice era presentada y ellos confirmaban que en efecto merecía su fama de belleza exótica, pero cuando empezaban las negociaciones se enteraban de que Cimón no podía dotarla, ya que debía todavía al erario público la multa de cincuenta talentos que había sido impuesta por el Consejo a su padre, Milcíades. Así que los orgullosos eupátridas la rechazaban después de saber que no había dote.

Su hermano cambió de plan. Decidió no invitar a los eupátridas y se conformó con los nuevos ricos. Había muchos deseosos de emparentar con una de las principales familias de Atenas, los Filaidas. Volvía a repetirse la exhibición, esta vez en los banquetes que daba Cimón. Ella aparecía, se recostaba en el diván a su lado y, altanera y orgullosa, permitía que los atenienses la contemplasen a su capricho por unos instantes. Luego abandonaba el simposio dejando que los hombres se divirtiesen y, por supuesto, pensasen en ella.

Pero entre los invitados de Cimón no siempre había notables y acaudalados: también gustaba de acompañar sus veladas con músicos, poetas y artistas. Sus gustos refinados casi terminaron siendo su perdición.

Los artistas de Cimón eran su debilidad. No quería pagar los cincuenta talentos de la multa, pero era un mecenas generoso. Primero invitó al poeta Simónides, al que agasajaba cuando componía una nueva oda. Le gustaba contar con él, pero sobre todo lo que más le complacía era que Simónides acudiese a su casa y no a la de Temístocles.



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