Dos veces junio by Martín Kohan

Dos veces junio by Martín Kohan

autor:Martín Kohan [Kohan, Martín]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Drama, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2002-04-23T04:00:00+00:00


Cinco

I

Él no tiene el aspecto de un marido, ni ella el de una esposa; pero él es el marido, y ella es la esposa, y tan sólo el amigo de visita parece un amigo de visita. Puede que ese amigo de visita haya llegado temprano, o que al marido se le haya hecho tarde; en todo caso, no es eso lo que importa. Hay que esperar y hace muchísimo calor. Se trata de una de esas veces en las que incluso lo más distante de pronto resulta estar muy cerca. Deben sentir una especie de impulso, pero tampoco parece ser un impulso lo que los gana; la esposa y el amigo del marido, que todavía no llega, proceden con excesiva soltura para considerarlos desbordados. Más bien se entregan a una extraña fatalidad: que pase lo que tiene que pasar. Con esa resignación, o con el automatismo de la costumbre, ella está de pronto sentada encima de él. El amigo del marido quiere mostrar sorpresa, no hacia la esposa del amigo, sino en general, porque lo que se espera de él es que la situación lo sorprenda. Pero el tedio o la indolencia pesan más en su semblante que la sorpresa que dice tener.

También la llegada del marido, aunque no sea exactamente una llegada imprevista, se supone que los sorprende, y tanto más se supone que lo sorprende al marido el cuadro con que se encuentra en el living de su propia casa.

—Veo que se divierten —dice.

La traición es doble, pero el enojo no dura. De un modo bastante argentino, el marido resuelve que la culpa la tiene la mujer.

—Esta zorra va a tener su merecido —dice.

Sin perder cierto aire ausente se agrega el marido a la escena, sellando de tal forma una amistad.

II

La que a mí me tocó en suerte tenía en la boca un tic muy notorio, y hasta después de que pasó un buen rato, no pude dejar de mirarle siempre esa parte en la que el labio repetía una torsión inmotivada. Luego ella empezó a reírse a cada momento, exagerando la risa tanto como los motivos por los que decía reírse; al menos, con el visaje de las risas, el tic se le esfumaba.

«¿Cómo te llamás?», le dije. No estoy seguro de que, en un encuentro casual en una calle de la ciudad, la hubiese tuteado, pero aquí no cabía otra posibilidad. «Me llamo Sheila», me dijo. «No», le dije, «yo te pregunto cómo te llamás de veras». «Me llamo Sheila, de veras», dijo. «Yo te pregunto tu nombre auténtico», insistí. «Me llamo Sheila», dijo ella, «y no tengo nombre auténtico».

III

—La muy puta no va a olvidarse de la lección que le hemos dado —dice el marido.

Detrás la mujer se palpa, dolorida.

—Si alguna vez quiere olvidarla —dice el amigo—, el cuerpo se la va a recordar.

IV

En el flujo continuo de las calles y de las casas, se hacía difícil pensar que se trataba de ciudades distintas. Avellaneda, Banfield, Quilmes, Lanús, Gerli, Remedios de Escalada: uno pasaba de una a otra como quien se mueve dentro de una misma ciudad, sin fronteras o separaciones apreciables.



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