Donde crece el helecho rojo Where the Red Fern Grows by Wilson Rawls

Donde crece el helecho rojo  Where the Red Fern Grows by Wilson Rawls

autor:Wilson Rawls [Rawls, Wilson]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9781644737491
editor: Penguin Random House Grupo Editorial USA
publicado: 2022-10-13T00:00:00+00:00


Trece

Cuando llegué al árbol, vi que era un inmenso roble blanco. No era alto. Todo lo contrario, era más bien bajo y ancho. La copa era una masa espesa de ramas grandes y todavía no había mudado todas sus hojas.

Se alzaba solo en un campo abierto. No había otros árboles a menos de cincuenta metros.

A unos pasos a la izquierda, estaban los restos de una cerca de alambre de púas. Una vieja reja colgaba de un gran poste sujetada por una bisagra oxidada. Me di cuenta de que era muy probable que, en algún momento, hubiese habido una casa cerca.

Rubin vio que estaba examinando el lugar.

—Hace tiempo unos indios vivían aquí y cultivaban estos campos —dijo.

Le di la vuelta al árbol buscando al mapache, pero no podía ver casi nada en las sombras oscuras.

—Es inútil mirar —dijo Rubin—. No va a estar ahí.

—No es la primera vez que hemos estado en este árbol —dijo Rainie. Rubin le pidió que se callara.

—Hablas demasiado —dijo.

—Rubin —dijo Rainie con voz quejumbrosa—, tú sabes que el mapache no está en ese árbol. Haz que pague y vámonos a casa. Ya estoy cansado.

Le dije a Rubin que iba a trepar al árbol.

—Dale —dijo—. No te va a servir de nada.

El árbol era fácil de trepar. Lo revisé todo, cada rama, cada sitio oscuro. Busqué algún hueco. El mapache fantasma no estaba ahí. Me bajé, regañé a Viejo Dan para que dejara de aullar y busqué a Annita.

La vi a lo lejos cerca a la vieja cerca, olfateando y corriendo aquí y allá. Sabía que el mapache fantasma había hecho una verdadera jugarreta, pero no podía imaginar cuál era. Annita no le había ladrado al árbol. Yo sabía que si el mapache hubiera estado en el árbol ella no habría seguido buscando un rastro.

Viejo Dan empezó a buscar otra vez.

Mis perros cubrieron el campo. Caminaban una y otra vez en círculos. Corrían de arriba abajo siguiendo la cerca alambrada por ambos lados.

Yo sabía que el mapache no había pasado por esa cerca. Fantasma o no, no podía hacer eso. Caminé hasta la reja y miré alrededor. Me senté y examiné el árbol hasta arriba. Annita vino conmigo.

Viejo Dan abandonó la búsqueda, volvió al árbol y ladró un par de veces. Lo regañé de nuevo.

Rubin se me acercó.

—¿Te rindes? —me preguntó, mirándome con desprecio.

No contesté.

Una vez más, Annita se puso a buscar el rastro perdido. Viejo Dan fue a ayudarla.

—Te dije que no ibas a poder atrapar al mapache fantasma —dijo Rainie—. ¿Por qué no pagas de una vez para poder volver a casa?

Le dije que no me había rendido. Mis perros seguían cazando. Cuando se rindieran, yo también lo haría.

—Bueno, no nos vamos a quedar aquí toda la noche —dijo Rubin.

Mirando el árbol detrás de mí, pensé que tal vez había pasado algo por alto. Le dije a Rubin que iba a treparlo de nuevo.

—Adelante —se rio—. No servirá de nada. Lo trepaste una vez. ¿No estás satisfecho?

—No, no estoy satisfecho —dije—. Simplemente, no creo en los mapaches fantasma.



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