Dominus by Steven Saylor

Dominus by Steven Saylor

autor:Steven Saylor [Saylor, Steven]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2021-06-09T00:00:00+00:00


Aquella noche, sanos y salvos de nuevo en casa, Cayo y Aulo se disponían a acostarse cuando llegó una citación de palacio.

—¿A esta hora tan ridícula? —dijo Cayo, al salir en compañía de su hijo al vestíbulo, donde el mensajero estaba esperando.

Aulo tiró de su padre para hablarle al oído.

—Es tarde, sí, pero dicen que el emperador sigue horarios raros. Podría tratarse de la entrada que llevamos tiempo esperando, padre, un encargo imperial.

—De acuerdo, hijo. Ve a ponerte la toga mientras yo voy a ponerme la mía.

Cruzaron la ciudad en una litera imperial, rodeados de esclavos portando antorchas. En las calles reinaba el silencio, igual que en el vestíbulo del palacio, custodiado por guardias pretorianos.

No los condujeron a una de las salas de audiencias habituales, sino a una estancia de dimensiones reducidas situada en las profundidades del palacio, donde encontraron al joven emperador no rodeado de filósofos o cortesanos, sino por una camarilla de jóvenes de aspecto atléticos, algunos de ellos, a juzgar por sus modales toscos, de las clases más bajas de la sociedad. Se oía una música extraña de fondo, a buen seguro interpretada por músicos de Emesa. Exóticos perfumes inundaban el ambiente. Incluso los tejidos y el mobiliario eran extranjeros. La mayoría de los presentes no hablaba ni latín ni griego, sino otra lengua.

El joven emperador iba vestido con prendas sueltas de seda de color púrpura. Y se adornaba con numerosos collares y pulseras de oro. Era un chico guapo, pero parecía no conformarse con su belleza natural, puesto que de cerca se apreciaba que su rostro estaba maquillado con cosméticos diestramente aplicados. Llevaba los ojos perfilados con plomo blanco y las mejillas ligeramente cubiertas con polvo rojizo.

Era como si estuviera eternamente nervioso, siempre en movimiento, incluso estando sentado. Todos sus movimientos, por mínimos que fueran, parecían formar parte de una danza sinuosa y mareante. Sus brazos estaban siempre en elegante movimiento, igual que sus manos, e incluso sus dedos parecían bailar. También su cara se movía: parpadeaba, esbozaba mohines, arqueaba las cejas. Y eran movimientos libidinosos, como si todos los gestos estuvieran concebidos para la provocación erótica. Con frecuencia emitía un sonido que los Pinario tomaron por una risa: un chillido agudo similar a un gorjeo que acababa con una serie de gruñidos graves y roncos.

—Los Pinario, padre e hijo, qué encantador veros a ambos. No estaríais ya en la cama, entiendo. —Tenía un modo especial de subrayar unas palabras más que otras.

—Siempre estamos listos para responder una llamada de nuestro dominus —dijo Cayo.

—Eso lo recordaré. Igual que este chico… ¿conocíais a mi marido, Hierocles?

Señaló al atractivo joven rubio sentado a su lado. Hierocles iba vestido como un auriga de la facción griega, con los brazos y las piernas prácticamente desnudos. Su túnica verde se ceñía a un torso musculoso. El cinturón de cuero marrón que se ajustaba a su cintura estrecha y las otras correas de cuero que completaban su vestimenta no eran mucho más oscuras que él, puesto que tenía la piel muy tostada.

—Veo que no podéis dejar de mirarlo.



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