Diario de una voyeur by Maya Reynolds

Diario de una voyeur by Maya Reynolds

autor:Maya Reynolds [Reynolds, Maya]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Erótico, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2008-01-01T05:00:00+00:00


11

LAS vibraciones que notaba en el clítoris le nublaron el resto de pensamientos, y sólo era vagamente consciente de la conversación de ascensor que Zeke mantenía con sus vecinos porque las maravillosas sensaciones que estaba experimentando captaban toda su atención. Apretó las nalgas para atrapar con más fuerza el vibrador. En apenas unos segundos ya tenía el sexo palpitante y húmedo.

Cuando el ascensor llegó a la planta baja, los señores Guzmán salieron tirando de sus caniches. Zeke, por su parte, tomó a Sandy por el codo para sacarla de allí.

—Ha sido un placer conocerte, Zeke —se despidió la anciana.

—Lo mismo digo, Lois. Espero volver a verlos.

Sandy balbució algún tipo de despedida mientras Zeke la guiaba por el portal hacia la salida.

Hacía un día estupendo: cálido y soleado. El tranvía traqueteó al pasar a su lado.

—¿Qué tal? —le susurró él al oído.

—Eres un cabrón. Ya te la devolveré —amenazó—. Apágalo antes de que me vuelva loca aquí en la acera.

El vibrador se detuvo de inmediato. Sandy no sabía si alegrarse o lamentar que aquel aparatito hubiera dejado de funcionar.

—¿Mejor así? —se interesó Zeke.

—Sí, pero no gracias a ti.

—Venga, cuéntame cómo ha sido.

—Una auténtica pasada.

—¡Esa es mi chica! —se alegró. Luego la besó en la frente—. Ahora, venga, vamos a comer. Te invito.

Cruzaron la calle y caminaron en dirección sur las dos manzanas que los separaban del Gemima’s. Sandy fue tranquilizándose con la charla banal de Zeke sobre las tiendas que iban viendo. Cuando llegaron a la esquina del restaurante, él cruzó la terraza y abrió la puerta para invitar a Sandy a entrar. Enseguida los recibió una camarera que les preguntó dónde preferían sentarse. Sandy escogió el patio interior y la mujer los condujo hasta allí a través de la sala.

El patio tenía un suelo compuesto por hileras desordenadas de ladrillos rojos. Las mesas y sillas, de hierro forjado, estaban rodeadas de árboles y plantas exuberantes que emergían de enormes macetas de barro. Como ya era bastante tarde, no quedaban comensales.

Con un gesto, la camarera los animó a elegir entre todas las posibilidades. Zeke señaló una esquina donde había una mesa medio tapada por una planta de la familia de los dragos. Luego se acercó a la mujer para indicarle algo en voz baja, le dio un billete y retiró una silla para ofrecérsela a Sandy. Él se sentó frente a ella. La camarera les repartió el menú y se marchó.

—¿Qué es lo que le has dicho? —quiso saber Sandy.

—Le he dicho que quería una camarera que fuera muy discreta, nada de estar interrumpiéndonos cada cinco minutos. He venido aquí para hablar contigo y no con el personal del restaurante.

Sandy sonrió y colocó la mano sobre la de Zeke, que estaba posada en la mesa.

—¿Qué haremos después de comer?

—Bueno, tenemos que pasar por mi apartamento para recoger algo de ropa. Tengo una reunión en la comisaría mañana a las nueve de la mañana. Si quieres que me quede esta noche, tendré que prepararme una maleta.

Zeke movió la mano y apretó la



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