Deseo by Liam O’Flaherty

Deseo by Liam O’Flaherty

autor:Liam O’Flaherty [O’Flaherty, Liam]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Filosófico
editor: ePubLibre
publicado: 1953-01-01T00:00:00+00:00


UN ROCE

Una yegua blanca fue al galope por la playa, hacia el oeste, de cara a la dirección del viento. La cola permanecía extendida tras ella, arrastrada por el ímpetu de la carrera. Los entreabiertos orificios del hocico estaban rojos como la sangre. Le caía espuma de las fauces cada vez que tomaba aire. El fuerte viento traía granizo que azotaba la lona de la silla de montar. Las dos cestas vacías colgaban a cada lado y se balanceaban con el movimiento, y las mojadas sufras crujían al desplazarse alrededor de las pulidas tachuelas. Del fondo agujereado de cada cesta pendía una soga hecha con crines. El viento partía manojos de paja de la capa de esta que había entre el lomo de la yegua y la áspera lona, los cuales se quedaban flotando en el aire. Eran llevados hacia el este, uno tras otro, revoloteando como mariposas.

Cáit Pháidín Pheadair cabalgaba a la grupa de la yegua, agarrada a un saliente de la silla con la mano izquierda y sosteniendo un perol de té caliente con la derecha. Iba inclinada sobre la parte delantera de la silla de montar, tratando así de protegerse de la violenta lluvia. El mismo color azul marino era el de su falda de franela y el de sus indómitos ojos. Calzaba zapatos de cuero sin curtir, llevaba un pequeño chal para la cabeza atado bajo la barbilla y una chaqueta corta de piel de oveja, muy apretada sobre el torso. Dieciocho años tenía, y era una excelente amazona. Se diría que su cuerpo formaba parte de la yegua.

La gente del lugar había estado recolectando algas desde el amanecer en una punta de la playa. Ahora la arena gris se hallaba salpicada de montículos rojos, a lo largo de toda la playa, desde donde rompían las olas hasta las dunas. La mayoría de aquellas personas interrumpió la faena al ver acercarse a la muchacha por la playa a lomos de la yegua a tal velocidad y prestó atención a su terrible avance.

—¡Ay! ¡Juro que es una moza digna de un rey! —dijo uno de ellos.

—¡No hace falta jurarlo! —dijo otro—. Si estuviese soltero, es en su dedo donde querría poner el anillo.

—¡Verdad! —dijo un tercero—. Preferiría tener un hijo de su vientre que diez fanegas de tierra.

Había un joven llamado Beartla Choilm Bhríde que estaba contratado como jornalero por el padre de Cáit aquella primavera. Se puso furioso al oír lo que decían los otros hombres, pues estaba enamorado de la chica.

Malditos sean, se dijo para sus adentros mientras salía con el rastrillo lleno de algas de donde había roto una ola. ¡Demonios lascivos! A tipos como ellos habría que arrojarlos desde un acantilado.

Miró tímidamente hacia el este de la playa mientras echaba las algas en el montículo. Sus mejillas se ruborizaron cuando vio a Cáit. Volvió a lanzarse impetuosamente al agua, con la cabeza baja para que nadie pudiera darse cuenta de lo que sentía por la chica. Estaba totalmente aterido. Sentía un frío espantoso en las manos y en los pies.



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