De sus fatigas. Una vez en Europa by John Berger

De sus fatigas. Una vez en Europa by John Berger

autor:John Berger [Berger, John]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1987-01-01T05:00:00+00:00


Guarda quanto è bella ‘sta mela

quanto è bellissima e cotta!

Volviéndose hacia Danielle, le tradujo estas palabras: ¡Mira qué manzanas más bonitas! ¡Bonitas y ricas!

El muchacho no podía parar de reír. Buena idea, dijo el Padre, pero tienes que hacerlo más efectivo, inolvidable. Enseña a tu pájaro a insultar a los clientes. Stronzo!, para los maridos; Fica!, para las esposas. Eso les gustará mucho en Bergamo; mucho.

¿Estás seguro?

Si quieres, yo me puedo encargar de adiestrarlo, dijo el siciliano.

La luna estaba saliendo por la derecha del St. Pair. Vieron un halo rosa que poco a poco fue cambiando hasta convertirse en una neblina blanca y luego, de repente, en el blanco óseo incandescente del primer segmento de la luna. Danielle se sentó en la hierba al lado de Pasquale.

¿Y usted cuándo lo va a dejar, Padre?

Al año que viene, alguna vez, nunca, alguna vez… No tengo elección; no quiero caerme muerto.

La cara de la luna estaba ahora descubierta en el cielo, enorme y cercana, como todo lo recién nacido.

¿Sabéis quién cayó muerto el martes pasado?, preguntó Virginio. Nuestro amigo Bergamelli: lo degollaron en la cárcel.

¿Quién lo hizo?

Las Brigadas Rojas.

¡Hijos de puta!

¿Bergamelli?, susurró Danielle.

Un gángster de Marsella… Virginio lo conoció cuando estuvo preso, dijo Pasquale.

A la luz de la luna, que se iba haciendo más fuerte a medida que la propia luna subía y disminuía de tamaño, Danielle vio la cara de Virginio, que contemplaba el firmamento con la cabeza sobre las manos, que le hacían de almohada.

Me recordaba a mi padre, continuó Virginio; Bergamelli tenía la misma truculencia, la misma mirada amenazadora cuando estaba enfadado, la misma sonrisa cuando algo le complacía… Mi padre se mató cuando yo tenía doce años; se cayó de un tejado.

¿Era albañil tu padre?

Construía chimeneas… El día que lo trajeron a casa, me abrí las venas de la muñeca…, pero me encontraron demasiado pronto. A mí me pusieron en un carro y me mandaron al hospital, a él lo bajaron al cementerio.

¡Mierda!, murmuró Alberto.

Ese día aprendía algo, dijo Virginio; en esta vida dejada de la mano de Dios, antes o después a todos nos abandonan. Padre lo hizo todo por mí. Me enseñó a cocinar, me enseñó a cazar ranas, cientos de ranas por la noche, se aseguró de que aprendía a descerrajar las puertas, fue mi maestro de música, me habló de las mujeres; cuando se emborrachaba en el café al lado de la fuente grande, me subía a la mesa, y yo bailaba mientras él cantaba… Y, de repente, un miércoles por la mañana, con tiempo seco, en una semana que apenas había bebido, con la camisa limpia y unas buenas botas —maldito miércoles por la mañana—, ¡plaf!, así sin más, va y se cae de un tejado. Solía ir a ver la marca que había en el pavimento en el lugar en el que había caído.

Desde el establo llegó el sonido amortiguado de los cencerros de las cabras. A veces, por la noche, los cencerros suenan oleaginosos, como la luz en la superficie del agua de un pozo profundo.



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