Cuentos rusos by AA. VV

Cuentos rusos by AA. VV

autor:AA. VV. [AA. VV.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Fantástico, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 1865-01-01T05:00:00+00:00


La muerte de Iván Ilisch

León Tosltoi

I

Durante un descanso en la vista de la causa de los Malvinski, que tenía lugar en el imponente Palacio de Justicia, los jueces y el fiscal se retiraron al despacho de Iván Egórovich Shebek. La conversación recayó sobre el célebre proceso de Krasovski. Muy acalorado, Fiódor Vasílievich sostenía la no incumbencia de aquel tribunal, mientras que Iván Egórovich afirmaba lo contrario. En cuanto a Piotr Ivánovich, que en un principio no había intervenido en la discusión, tampoco tomaba parte en ella y hojeaba un ejemplar del Védomosti, que acababan de traer.

—¡Caballeros! —exclamó de pronto—. ¡Pero, si ha muerto Iván Ilich!

—¿De veras?

—Mire, no tiene más que leerlo —le dijo a Fiódor Vasílievich, presentándole el diario, que aún olía a tinta de imprenta.

Una esquela, con orla de luto, decía: «Con profundo dolor, Praskovia Fiódorovna Goloviná participa a sus parientes y amigos el fallecimiento de su amado esposo, Iván Ilich Golovín, miembro del Palacio de Justicia, acaecida el 4 de febrero de 1882. El sepelio tendrá lugar el viernes a la una de la tarde». Iván Ilich era colega de los caballeros allí reunidos, y todos le estimaban. Llevaba varias semanas enfermo, de dolencia incurable, según se decía. Conservaba la titularidad de su cargo, pero se calculaba que, en caso de fallecimiento, sería Alexéiev el designado para sucederle mientras que el puesto de éste pasaría a Vínnikov o a Stábel. De modo que, al enterarse de la defunción de Iván Ilich, cada uno de los que se hallaban en el despacho pensó, antes que nada, en el influjo que podría ejercer aquella muerte en su escalafón o en el de sus conocidos.

Fiódor Vasílievich calculó: «Ahora me nombrarán seguramente para el puesto de Stábel o de Vínnikov. Me lo tienen prometido hace mucho tiempo. Ese ascenso representa ochocientos rublos más al año, aparte de la cancillería».

«Ahora solicitaré el traslado de mi cuñado, que está en Kaluga. Mi mujer se alegrará mucho y no podrá decir ya que no he hecho nunca nada por sus parientes», pensó Piotr Ivánovich, y añadió en voz alta:

—Ya me imaginaba yo que no se repondría. Es una lástima.

—En realidad, ¿qué es lo que tenía?

—Los médicos no conseguían diagnosticar. Mejor dicho: sí que lo hacían, pero cada cual a su manera. Cuando yo le vi la última vez, me pareció que se recuperaría.

—Pues yo, siempre dejándolo de un día para otro, no he pasado por su casa desde las Navidades.

—¿Tenía fortuna?

—Parece ser que algo aportó su mujer al matrimonio; pero poca cosa…

—Habrá que ir a verla. Tan lejos como pilla su casa…

—Será lejos de la de usted, que es de donde todo resulta lejos.

—No puede perdonarme el que yo viva al otro lado del río —sonrió Piotr Ivánovich refiriéndose a Shebek.

Pasaron a hablar de las grandes distancias que hay en las ciudades, y luego volvieron todos a la sala.

Aparte de las reflexiones de cada uno en torno a los eventuales traslados y cambios en el escalafón que podrían resultar de aquel fallecimiento, el propio hecho



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