Chantajes sexuales by Dorgeval

Chantajes sexuales by Dorgeval

autor:Dorgeval [Dorgeval]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 1991-01-01T05:00:00+00:00


10

ERA de noche. El asfalto humedecido por una ligera lluvia brillaba a la luz de los faroles. Hacía dos horas que Vic seguía a la joven inglesa. Caminaba al azar, arrastrando la maleta en la que había metido todo lo que tenía. Parecía fatigada. Pronto estaría a punto y bastaría con recogerla.

Lo había perdido todo: su vivienda y su trabajo. De acuerdo con las órdenes de Vic, la librera la había despedido. Teniendo en cuenta su situación ilegal y su robo, a Dorothy no le quedaba recurso alguno. Luego, había entrado en escena Emile. Vic le había pedido que intentara abusar de su joven inquilina. Naturalmente, ésta había rechazado sus proposiciones y, entonces, el gordo la había puesto de patitas en la calle. Primero había vagabundeado por la plaza de la Nation, luego, lentamente, había subido por el bulevar Diderot. Ahora, estaba en una calle poco frecuentada y mal iluminada, detrás de la estación de Lyon, del lado de la estación de mercancías. Las casas escaseaban, sustituidas por desiertos almacenes.

En cuanto pudo, Vic había telefoneado a la señora Catelan para decirle que se reuniera con él. Se habían encontrado delante de la estación. Ahora, ambos acechaban su presa.

Ya sólo llovía intermitentemente, un fino chirimiri que apenas si mojaba. Dorothy entró en un hotelucho cuyo letrero luminoso, medio caído, no funcionaba. Como Vic suponía, no tardó en salir de nuevo, más desesperada aún. Era el tercer hotel en el que entraba. Sin éxito Los dueños no querían cargar con una extranjera sin papeles ni dinero.

Subió por la calle del Charolais hacia la estación de Lyon. Tal vez tuviera la intención de dormir en la sala de espera. Vic y Catelan, sentados a una mesa de la única taberna abierta todavía, la vieron pasear por los andenes que se llenaban de viajeros cada vez que llegaba un tren.

La joven inglesa dio la vuelta a la estación, leyendo los carteles anunciadores, contemplando los escaparates de las tiendas, cerradas a esas horas. Los apresurados viajeros se cruzaban con ella sin fijarse. Por fin, se sentó en un banco con la maleta entre las piernas. Para darse seguridad, tomó un libro de su enorme bolso y lo contempló sin leer.

Hacía diez minutos que estaba inmóvil cuando dos reclutas de permiso, reconocibles por su corte de cabello y su petate, se sentaron a su lado. Le dirigieron la palabra, pero ella no levantó la cabeza, fingiendo concentrarse en la lectura.

Vic y Catelan estaban demasiado lejos para oír lo que los quintos le decían, pero no era difícil de adivinar. Ambos jóvenes estaban metiéndose con ella.

Vic dejó que las cosas se envenenaran un poco. Cuando vio que Dorothy estaba a punto de reaccionar violentamente, indicó a la señorita Catelan que había llegado el momento de intervenir.

Uno de los gamberros había puesto el brazo en los hombros de la inglesa e intentaba besarla.

—¡Vamos, querida, deja que te dé un beso a la francesa! ¡Será un recuerdo!

Al debatirse, Dorothy soltó su bolso, cuyo contenido se esparció por el suelo.

El otro tipo, que parecía borracho, reía como un idiota.



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