Blackmoore by Julianne Donaldson

Blackmoore by Julianne Donaldson

autor:Julianne Donaldson [Donaldson, Julianne]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2013-09-09T04:00:00+00:00


Reúnete conmigo a medianoche en la entrada del pasadizo secreto.

Me pasé el día entero registrando las dependencias y los pasillos de Blackmoore en busca del menor indicio de un pasadizo secreto. Era una casa realmente grande. Por la tarde me crucé en los pasillos del ala este con Henry, que se detuvo el tiempo suficiente para mofarse de mí.

—¿Lo has encontrado ya?

—No —murmuré—. ¿Por qué no me dices dónde está?

Negó con la cabeza haciendo gala de su tozudez habitual y me sonrió con malicia.

—Me has dado la lata tantos años con esto, Kate, que tendrás que dar con él tú solita.

—Pues dame al menos una pista —pedí cuando empezaba a alejarse.

Volvió la cabeza y aun cuando estaba convencida de que no me ayudaría…

—Está detrás de un cuadro —confesó en el último momento antes de volver la esquina.

Había cientos de cuadros en Blackmoore. Registré todas las estancias y pasillos de los dos pisos superiores del ala este y el ala oeste. Estaba claro que las habitaciones de esta última llevaban bastante tiempo sin usarse, ya que sus muebles estaban cubiertos por sábanas y el ambiente estaba cargado de polvo. No me atreví a entrar en las habitaciones del ala este. A buen seguro que Henry no me habría enviado en busca de la entrada al pasadizo si eso hubiese comprometido la intimidad de los demás huéspedes. Después de horas investigando, llegué a la conclusión de que no se encontraba en los pisos superiores.

La hora de la cena estaba próxima, por lo tanto, me dirigí corriendo a mi habitación con el fin de cambiarme y de que Alice me arreglara el peinado para poder estar presentable. La cena se me hizo interminable, pues además no me tocó ninguna compañía interesante al lado, debido a la disposición de las mesas de la señora Delafield. Cuando las damas abandonaron el comedor, me quedé rezagada y, cuando todas giraron a la derecha, hacia el salón, yo lo hice hacia la izquierda y me escondí en la biblioteca. Allí había muchísimos cuadros y aún no había tenido la oportunidad de inspeccionar todas las estancias de la planta baja.

Por desgracia, la biblioteca resultó ser una gran decepción, así como el vestíbulo principal y los pasillos que de él salían para perderse en las dos alas del edificio. Al final me quedó tan solo una sala por inspeccionar: la sala de música pequeña. La sala del pájaro.

Me detuve delante de un cuadro que colgaba de una pared cubierta por paneles de madera oscura. Me quedé mirándolo fijamente, sorprendida de no haber reparado antes en él. El pájaro y el pianoforte debían de haberme abstraído mucho como para no haberme fijado antes en aquella obra de arte.

Se trataba de Ícaro. Lo supe al instante. Su padre le estaba atando las alas que había creado mientras señalaba al cielo con una expresión de desaprobación en el semblante, como si estuviera avisándole de que no volara muy alto. Era una pintura muy hermosa, al parecer, un original de Antonio van Dyck, por lo que rezaba en una esquina.



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