Barcelona, una discusión entrañable by Josep Pla

Barcelona, una discusión entrañable by Josep Pla

autor:Josep Pla [Pla, Josep]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1956-01-01T00:00:00+00:00


El Carnaval

Que el Carnaval tenía que morir era algo que se veía venir. La guerra del 14 con sus doce millones de muertos fue un fenómeno demasiado serio para que subsistiera en Europa cualquier reminiscencia del barroco. ¡Doce millones de muertos! ¡Se dice pronto!

El Carnaval fue la gran fiesta del barroco. En un sistema basado en la hipocresía, la adulación y la ficción, se inventaron unos días en los que los hombres y las mujeres se ponían unas máscaras para conseguir, durante unas horas, manifestarse espontáneamente. Prescindamos de si el Carnaval tiene orígenes arcaicos, griegos y romanos. Dichos orígenes deben de ser ciertos, pero carecen de documentación. Nuestro Carnaval procede del barroco. Fue una evasión —una evasión que en los lugares dominados por la forma de pensar jesuítica llegó a extremos de delirio. En Venecia, por ejemplo, y en otros lugares. Mientras subsistieron las ficciones del barroco, el Carnaval tuvo vigencia. Cuando las ficciones se vieron arrasadas por la realidad más cruda y espantosa, el Carnaval se fue como una pluma que se lleva el viento. Hasta la guerra del 14, la civilización burguesa fue una manera como otra de pasar el rato.

Tras la guerra del 14, fue una agonía. El Carnaval tenía que morir.

Es muy posible que, en su tiempo, el Carnaval contribuyera a humanizar y dulcificar las costumbres de todo un continente. En cuanto dejó de tener una finalidad, se extinguió.

Cuando un servidor, hace casi cuarenta años, comenzó a estudiar la carrera de Derecho en la Universidad de Barcelona, el Carnaval estaba ya prácticamente muerto. Se celebraba la llamada rúa. En el Passeig de Gràcia se limitaba la calzada central con las vallas blancas de los servicios administrativos, se construían unas tribunas adyacentes, se montaba una tribuna en el Cinc d’Oros para dar cobijo al Jurado, y los carros de la rúa circulaban entre dichas bellezas. Por las calles transitaban unas máscaras, por lo general medio rotas, de un popularismo dramático, pobre y frenético. En algunas casas burguesas tenían lugar los asaltos,[20] que se terminaban devorando bandejas repletas de bocadillos. Había una gran diferencia entre las máscaras pobres y las acomodadas. Los pobres se disfrazaban de más pobres, y los ricos de más ricos: era infalible. En aquella época los barceloneses se volvían locos con los bocadillos. En el quiosco de la plaça de la Universitat, frente al monumento al doctor Robert, vendían un bocadillo de jamón —una lonjita de jamón mucho más fina que una oreja de gato, pero muy sabrosa— con un vaso de cerveza por treinta céntimos. Por aquel entonces habían aparecido las máquinas de cortar embutidos. Así pues, estaba diciendo que tenían lugar aquellos llamados asaltos al grito de «¿Me conoces? ¿Me conoces?»,[21] y se celebraban los bailes de máscaras del Liceu. Seguramente en Barcelona hay muchísimas señoras, madres y abuelas de familia muchas de ellas, que recuerdan los bailes de máscaras del Cercle Artístic y del Liceu con gran nostalgia. Nunca entré en ninguno de ellos, pero tengo entendido que eran fastuosos. En



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