9788491651086 by Centre de Pastoral Litúrgica

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autor:Centre de Pastoral Litúrgica
La lengua: cat, spa
Format: epub
editor: Centre de Pastoral Litúrgica
publicado: 2018-04-24T11:38:10+00:00


3. En mi lecho, por la noche (3,1-5)

El enamoramiento es presencia, encuentro y huida. Llegan los momentos de oscuridad y se busca a quien no se encuentra: “Lo buscaba, y no lo encontraba”. Hay que levantarse y rondar por las calles y las plazas, buscándolo: “Lo busqué, y no lo encontré”.

Hay que continuar con audacia, hay que preguntar a los centinelas: “¿No habéis visto al amado de mi alma?”. Y no hace falta esperar respuesta. De repente, la amada encuentra al amado: “Lo abracé y no lo solté”.

El canto hacer resonar los ecos de la fuerza primitiva del acercamiento a los orígenes. Ir a la fuente de la vida y del amor: “Hasta meterlo en mi casa materna, en la alcoba de la que me concibió”. Será lo mismo que hará más adelante el amado con la amada: “Allí donde te concibió tu madre, donde tu progenitora te dio a luz” (Ct 8,5). Lo que hizo también Isaac con Rebeca: “La hizo entrar en la tienda donde había vivido Sara, su madre. Tomó a Rebeca por esposa y la amó” (Gn 24,67).

Hay que acercarse a la fuente. Hay que adentrarse en la comunión con la humanidad que nos ha precedido. Hay que escuchar la voz que, desde muy adentro, nos llega. No es impulso, es palabra. Es la voz del amor.

Pero este no se puede forzar, llega cuando llega. Se puede buscar, pero no inventar. Se puede esperar, hasta que él llegue. Porque amor es donación; y donación, gratuidad. “No despertéis ni desveléis al amor hasta que él quiera”.

En mi lecho, por la noche,

buscaba al amor de mi alma;

lo buscaba, y no lo encontraba.

Me levantaré y rondaré por la ciudad,

por las calles y las plazas,

buscaré al amor de mi alma.

Lo busqué y no lo encontré.

Me encontraron los centinelas

que hacen la ronda por la ciudad.

–“¿Habéis visto al amor de mi alma?”.

En cuanto los hube pasado,

encontré al amor de mi alma.

Lo abracé y no lo solté,

hasta meterlo en mi casa materna,

en la alcoba de la que me concibió.

Os conjuro, muchachas de Jerusalén,

por las gacelas y las ciervas del campo,

que no despertéis ni desveléis al amor

hasta que él quiera.



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