Bajo el sol de Kenia by Barbara Wood

Bajo el sol de Kenia by Barbara Wood

autor:Barbara Wood
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela histórica
publicado: 2088-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo 35

Rose se quedó inmóvil con el cuchillo en la garganta y el hombre que estaba detrás suyo sujetándola dolorosamente. Miró hacia la puerta entreabierta y pensó en Njeri, que estaba a sólo unos metros del invernadero, preparando el tapiz. Rose abrió la boca y en el acto el cuchillo se clavó más en su cuello.

—¡Silencio! —susurró el hombre.

Rose cerró los ojos.

—No se mueva, signora. Escúcheme.

Rose se quedó esperando y notó que al hombre le costaba respirar y temblaba. La mano que le sujetaba el brazo desnudo estaba caliente y húmeda.

—Per favore… mi aiuti —la presión en el brazo empezó a aflojarse—. Por favor —susurró el hombre—, ayúdeme…

De pronto el cuchillo se apartó y Rose quedó libre. Dio un salto hacia atrás en el momento en que el desconocido caía de rodillas. El cuchillo hizo un ruido al chocar con el suelo de piedra.

—Por favor —volvió a decir el hombre, apretándose el pecho, la cabeza inclinada—. Necesito…

Rose bajó los ojos y vio que tenía sangre en el brazo: sangre del hombre. Luego vio que el hombre se desplomaba y quedaba tendido de costado, con los ojos cerrados, la cara desfigurada por el dolor.

—Ascolti —dijo con voz entrecortada—. Chiami un prete. Tráigame un…

Rose se apoyó contra la pared.

—Por favor —gruñó el hombre—. Se lo suplico, tráigame un prete.

Rose se echó a temblar. Vio la sangre en la camisa del hombre y las manchas de hierba y suciedad, consecuencia de su huida a través de la selva. Y tenía el rostro sucio y sudoroso.

—Un sacerdote —dijo el hombre—. Me estoy muriendo. Por favor, signora. Tráigame un sacerdote.

Rose se apartó, aterrorizada. Tropezó con una maceta y buscó la puerta a tientas. La voz de Mona volvió a sonar en su cerebro:

«Mutilaron a un guardián».

Y entonces vio algo que la hizo detenerse. Unas manchas de sangre estaban empapando la espalda de la camisa del hombre.

Rose miraba fijamente, presa de confusión, tratando de pensar.

—¿Quién…? —empezó a decir—. ¿Quién es usted?

El hombre no contestó.

—Voy a buscar a un policía —dijo. Temblaba tanto, que temió que las piernas no la sostuvieran.

Pero el hombre no contestó, ni se movió.

Rose siguió con la vista clavada en las manchas rojas de la camisa. Luego, cautelosamente, como si se acercara a un animal peligroso y herido, dio un paso hacia el hombre, se detuvo y le observó; luego dio otro paso y otro más, hasta llegar a su lado.

El desconocido yacía de costado, con las piernas encogidas, los ojos cerrados, respirando trabajosamente.

—Es usted uno de los prisioneros que se han fugado, ¿no es así? —dijo Rose con voz trémula.

El hombre siguió gimiendo. Rose se retorció las manos.

—¿Por qué ha venido aquí? ¡Yo no puedo ayudarle! —los ojos seguían clavados en la sangre de la espalda, que iba atravesando la tela de la camisa.

Rose estaba aterrorizada.

—Usted es enemigo —dijo—. ¿Cómo se atreve a pedirme ayuda? Avisaré a los hombres que andan buscándole. Ellos sabrán lo que tienen que hacer con usted.

El hombre susurró una palabra:

—Sacerdote…

—¡Está loco si cree que voy a ayudarle! —exclamó Rose—.



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