Artemisia by Anna Banti

Artemisia by Anna Banti

autor:Anna Banti [Anna Banti]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: S2
ISBN: 9788418264528
editor: Periférica
publicado: 2020-06-05T05:00:00+00:00


«Tan pronto como esté terminado el retrato de esta señora duquesa, no dude vuestra señoría de que atenderé al San Battistino, y tengo ya lista la idea, con accidentes bellísimos del paisaje…» Así dicta, y no importa a quién, la señora Artemisia, hoy 26 de julio de 1638. La carta va a Roma, a uno de aquellos viejos amigos suyos y protectores que no la olvidan, quizá porque ella no se deja olvidar. Pero ¿qué es Roma hoy? De las fuentes a los palacios, de las tiendas a las iglesias, le dicen que está muy cambiada y ella no ha tenido ocasión de volver a verla. Sobre todo han cambiado los pintores importantes, y hay una buena cantidad entre transalpinos y locales. Mientras dicta, Artemisia levanta su mentón, pleno y testarudo, como si los de Roma pudieran verla y respetarla. Todavía es una mujer bella, pese al húmedo marfil de las sienes y aquella arruga de desilusión constante en las comisuras de los labios. Las señoras duquesas que ha retratado no son muchas; en verdad, la corte del virrey continúa siendo para ella, si no hostil, indiferente. Pero esta vez Artemisia no miente, ni toma la esperanza por realidad. El compromiso existe, la dama existe y lleva un nombre conocido por su feudo en Castilla, palacio en Nápoles, palacio en Palermo; un nombre que asombrará incluso a Roma, donde quedará claro y confirmado que la Gentileschi no pinta como pretexto y sólo para estar al servicio de los caballeros, ¡qué falsedad! Cuarentona, como la llaman bromeando hasta sus amigos, orgullo y desprecio con una pizca de perversidad, todavía tiene sus armas, si quiere defenderse y conservar el crédito. Otras no conoce, aunque cada día se da cuenta de lo mucho que le fatigan el rostro y la cabeza.

Y, sin embargo, hay días claros en los que llega incluso a parecer contenta, a estarlo al menos a medias, mientras la desnuda garganta le gorgotea de risa franca y los ojos se le entrecierran de buen humor, hasta que no se distingue si su mirada también ríe. Esta duquesa no es una amiga como las señoras florentinas. El señor duque no soporta ver a un pintor junto a su mujer y, cansado de haberle negado hasta ahora un retrato, aceptó un buen día con un «vamos».8 Con el primer cochero mandó a por la tal Artemisia y salió insatisfecho y con el ceño fruncido palpándose en el pecho la orden de Calatrava, como conjuro, no fuese, la virtuosa, una «dueña» maliciosa y corrompida.

Está, doña Virginia, en su gran poltrona majestuosa e incómoda, compuesta con un rigor soñoliento que esconde la rabia. Ella quería un verdadero pintor, un pintor español, aquel famoso Ribera, por ejemplo. ¿Qué pintarrajea ésta? «Vuélvase, vuestra señoría, a mano izquierda», improvisa la pintora, después de haber pensado y repensado un cumplido a la española y renunciado a ello por prevalecer las razones del trabajo. Doña Virginia se volvió, muy dura, y no respondió. Era jovencísima, apenas pasaba de los



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