Armancia by Stendhal

Armancia by Stendhal

autor:Stendhal [Stendhal]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1826-01-01T00:00:00+00:00


XVI

Let Rome in Tyber melt! and the wide arch

Of the rang’s empire fall! Here is my space;

Kingdoms are clay: our dungy earth alike

Feeds beast as man: the nobleness of life

Is to love thus.

Antony and Cleopatra, act. I.

Una noche, después de un día de calor abrumador, paseaban lentamente por los preciosos bosquecillos de castaños que coronan las alturas de Andilly. Durante el día, los estropea a veces la presencia de los curiosos. En aquella noche deliciosa, iluminada por la suave luz de una hermosa luna estival, las solitarias colinas ofrecían efectos bellísimos. Una brisa leve jugaba entre los árboles, completando los encantos del deleitoso paseo. Por no sé qué capricho, madame de Aumale quería este día tener constantemente a Octavio a su lado; le recordaba con agrado, y sin ningún miramiento para los hombres que la rodeaban, que fue en aquellos bosque donde le vio por vez primera. «Estaba usted disfrazado de mago, y nunca tan profética una primera entrevista, añadía, pues nunca me ha aburrido, y no hay otro hombre del que pueda decir lo mismo».

Armancia, que paseaba con ellos, no pudo menos de encontrar muy tiernos semejantes recuerdos. Nada tan seductor como aquella brillante condesa, generalmente tan alegre, y que se dignaba hablar en tono serio de los grandes intereses de la vida y de los caminos a seguir para llegar a la felicidad. Octavio se apartó del grupo de madame de Aumale a unos pasos del resto de los paseantes, y se puso a contarle con minuciosos detalles todo el episodio de su vida en que estaba mezclada madame de Aumale. «He buscado este escarceo brillante —le dijo Octavio— para no poner en un compromiso a la prudencia de madame de Bonnivet, que, sin esta precaución, es posible que hubiera acabado por alejarme de su intimidad». Esta cosa tan tierna fue dicha sin hablar de amor.

Cuando Armancia pudo esperar que su voz no denunciaría la extremada turbación que le habían producido aquellas palabras, le dijo:

—Creo, querido primo, como debo creerlo, todo lo que me cuenta. Es para mí el Evangelio. Observo, no obstante, que para hacerme la confidencia de un asunto suyo nunca espera a que estuviese tan avanzado.

—Para eso tengo una respuesta muy a mano. Mademoiselle Mary de Tersan y usted se toman a veces la licencia de burlarse de mis éxitos: por ejemplo, hace dos meses, cierta noche me acusó casi de fatuidad. Ya entonces hubiera podido confiarle el sentimiento decidido que tengo por madame de Aumale; pero era necesario que me viera usted misma bien tratado. Antes del éxito visible, su ingenio malicioso se habría burlado de mis pequeños planes. Hoy, sólo falta a mi triunfo la presencia de mademoiselle de Tersan.

En el acento profundo y casi tierno con que Octavio decía estas vanas palabras, había una tan grande imposibilidad de amar las gracias un poco atrevidas de la bonita mujer de quien hablaba, que Armancia no tuvo el valor de resistir a la felicidad de verse amada así. Se apoyaba en el brazo de Octavio y le escuchaba como en éxtasis.



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