Amor frágil by DIANA PALMER

Amor frágil by DIANA PALMER

autor:DIANA PALMER
La lengua: spa
Format: epub
editor: Harlequin Ibérica S.A.
publicado: 2013-02-25T00:00:00+00:00


Capítulo 6

A Maddie le daba vueltas la cabeza. La sangre le hirvió en el corazón cuando la estrechó contra su cuerpo largo y duro y la besó como si no fuese a verla nunca más. Ella le rodeó el cuerpo con los brazos como si su vida dependiese de eso. Su boca sabía a café, era cálida y la besaba con codicia. Pensó que no le importaría morirse en ese momento. Nunca había sido tan feliz.

Oyó un leve gemido y una mano le bajó por la espalda hasta las caderas y la estrechó contra él. Se quedó un poco rígida. No sabía gran cosa de los hombres, pero había leído mucho y algo había cambiado considerablemente en el cuerpo de él.

—No te preocupes —susurró él sin apartar la boca—. Relájate…

Se relajó. Era embriagador. La mano que le quedaba libre entró dentro de su blusa, le desabrochó diestramente el sujetador, le acarició un pecho y el pezón se endureció. Dejó escapar otro gemido y bajó la cabeza hasta tomárselo con la boca por encima de la tela. Ella se arqueó tan cautivada que no encontró la manera de protestar.

—Sí… —gruñó él—. ¡Sí, sí…!

Ella introdujo las manos entre su pelo para acercarlo más y se arqueó hacia atrás sujetada por sus poderosos brazos mientras se deleitaba con la suavidad de su pecho. La mano de la espalda le acarició el trasero y la estrechó más todavía contra la creciente erección.

Estaba derritiéndose. Estaba muriéndose de anhelo. Quería que la desvistiera, que la tumbara, que hiciera algo, lo que fuese, para sofocar ese fuego que dominaba su joven cuerpo.

Entonces, cuando estaba segura de que iba a hacerlo, de que no iba a detenerse, un ruidoso coche llegó al aparcamiento y se oyó una puerta que se cerraba.

Ella se apartó bruscamente y, temblorosa, se bajó la blusa. Él tenía los ojos velados por el deseo. Dejó escapar un juramento entre dientes y se mordió el labio para contener el anhelo.

Se oyeron risas de niños. Maddie, de espaldas a él, se abrazó mientras luchaba contra la excitación desenfrenada, la vergüenza y la perplejidad. No le gustaba a él, creía que era fea, pero la había besado como si ansiara su boca. Era incomprensible…

Notó sus manos grandes y cálidas en los hombros.

—No le des más vueltas —dijo él en un tono grave y delicado—. Son cosas que pasan.

—Es verdad —reconoció ella con una sonrisa forzada.

Él le dio la vuelta y le tomó la cara para que lo mirara. La miró a los ojos en un silencio solo roto por las risas y los gritos de los niños. Estaba muy guapa con los labios inflamados por los besos y esa expresión de timidez. Estaba acostumbrado a mujeres desinhibidas. Hasta Odalie, cuando la besó una vez, había sido muy desvergonzada sobre lo que le gustaba y lo que no. Maddie, se había limitado a… aceptar.

—No te sientas abochornada —le pidió él con suavidad—. No ha pasado nada, pero ahora deberíamos marcharnos. Está haciéndose tarde.

Ella asintió con la cabeza. Él le tomó una mano y la llevó por el camino de tierra hacia el aparcamiento.



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