Amor en la tarde by Lisa Kleypas

Amor en la tarde by Lisa Kleypas

autor:Lisa Kleypas [Kleypas, Lisa]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2010-06-29T04:00:00+00:00


16

—¡Beatrix, mira quién ha venido! —Rye se acercó al corral con Albert a su lado.

Beatrix estaba trabajando con un caballo de reciente adquisición, que habían domado mal de joven y acabó siendo vendido por su contrariado propietario. El caballo tenía la malísima costumbre de alzarse sobre los cuartos traseros, y en una ocasión casi había aplastado al jinete que intentaba domarlo. El animal dio un respingo ante la llegada del niño y del perro, pero Beatrix lo tranquilizó y lo instó a recorrer el corral en círculos tras lo cual miró a Rye, que se había sentado en la cerca. Albert había apoyado el hocico en el travesaño inferior y la miraba con mucha atención.

—¿Albert ha venido solo? —le preguntó a su sobrino, sorprendida.

—Sí. Y no tenía su collar. Creo que se ha escapado de su casa.

Antes de que Beatrix pudiera decir algo, el caballo se detuvo y se encabritó. Al punto, Beatrix aflojó las riendas y se inclinó sobre el cuello del animal, rodeándolo con el brazo derecho. En cuanto el caballo bajó las patas delanteras, lo obligó a andar. Acto seguido, lo instó a trazar un zigzag, primero a la derecha y luego a la izquierda, antes de hacer que anduviera de nuevo.

—¿Por qué lo obligas a moverse así? —preguntó Rye.

—Me lo enseñó tu padre, que lo sepas. Es para que se dé cuenta de que tenemos que trabajar en equipo. —Le dio unas palmaditas al caballo en el cuello—. Nunca se debe tirar de las riendas cuando un caballo se encabrita, porque eso haría que se cayera de espaldas. Cuando noto que empieza a levantar las patas delanteras, lo obligo a andar más deprisa. No puede levantarse sobre los cuartos traseros si se está moviendo.

—¿Cómo sabrás que ya ha aprendido?

—No hay un momento exacto —contestó—. Tendré que trabajar con él, ya irá mejorando poco a poco. —Desmontó y condujo al caballo hacia la cerca para que Rye le acariciara el sedoso cuello—. Albert, ¿qué haces aquí? —le preguntó al perro mientras se agachaba para acariciarlo—. ¿Te has escapado de tu amo?

El perro meneó el rabo, entusiasmado.

—Le he dado un poco de agua —dijo Rye—. ¿Podemos quedárnoslo esta tarde?

—Me temo que no. Puede que el capitán Phelan esté preocupado por él. Voy a devolvérselo ahora mismo.

El niño suspiró.

—Me gustaría ir contigo —dijo el pequeño—, pero me quedan lecciones. Estoy deseando saberlo todo algún día. Porque así ya no tendré que leer más libros ni hacer más cuentas.

Beatrix sonrió.

—No quiero quitarte la ilusión, Rye, pero es imposible saberlo todo.

—Mamá lo sabe todo. —Rye se quedó callado, pensando—. Al menos, papá dice que tenemos que fingir que lo sabe todo, porque eso la hace feliz.

—Tu padre es uno de los hombres más sabios que he conocido en la vida —replicó con una carcajada.

Beatrix estaba a medio camino de Phelan House, con Albert corriendo al lado de su caballo, cuando se dio cuenta de que llevaba las botas y los pantalones. Sin duda alguna, ese atuendo tan excéntrico molestaría a Christopher.

No había recibido noticias suyas durante la semana transcurrida desde el baile de Stony Cross Manor.



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