Zac y Mia by A. J. Betts

Zac y Mia by A. J. Betts

autor:A. J. Betts
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil
publicado: 2013-07-02T22:00:00+00:00


19

La veo alejarse, clic-clac, clic-clac, clic-clac... Su peluca rubia se zarandea con cada nuevo paso de muleta. Me doy cuenta de que el lado izquierdo de sus tejanos cuelga en un ángulo extraño.

A continuación, me escondo en uno de los laterales del banco, pongo una rodilla en el suelo y —¿qué otra opción me queda?— empiezo a revolver el interior de su mochila. Hay un lío de ropa y cosas sin valor. Tiritas y pastillas. Un bolso con dinero y un carnet de conducir provisional en el que vuelvo a ver el aspecto que tenía antes de la quimio: pelo largo, pintalabios de color cereza y una sonrisa encantadora. Es el tipo de belleza que te deja anonadado. Un rostro por el que harías cualquier cosa. Deseo complacerla, pero no de esta forma.

Inspecciono su móvil. Bajo la «m» no aparece ninguna Maree, ni tía alguna bajo la «t». Mia no ha hecho ninguna llamada en los últimos diez días. Sí que hay mensajes en la bandeja de entrada, en los que su madre le pregunta dónde está. Pero Mia no parece haber respondido a ninguno de ellos.

No quiero ser el último pringado de una larga lista de pringados a los que ha engatusado con su pintalabios de color cereza. No importa lo que esté planeando, no soy yo quien va a financiárselo.

Oigo el clic-clac que anuncia su regreso, de modo que cierro la mochila y voy a su encuentro. Nos reunimos a medio camino, junto a la carnicería.

—Menudo alivio.

Mia parece contenta. Me dedica una de sus sonrisas radiantes. Incluso con esa peluca barata es capaz de noquearte. Con un rostro como el suyo, debe de haberse pasado la vida consiguiendo lo que quería. No es fácil resistirse.

—Perdona, a veces tengo la impresión de que mi vejiga se hace con el control de mi cerebro. Cuando se llena, el cerebro se apaga, ¿alguna vez te ha ocurrido?

—Sólo me quedan treinta dólares —le digo, enseñándole como prueba mi tarjeta de crédito.

Odio la forma en que se le borra la sonrisa de la cara. Qué tentador sería darle todos mis ahorros a cambio de su agradecimiento perfecto y fugaz.

—Me gasté el resto... Lo había olvidado, lo siento.

Mia no reacciona como esperaba. No golpea, ni maldice, ni grita. Sólo se encierra dentro de sí misma y cierra los ojos.

—Esta noche puedes quedarte en mi casa... Aunque también hay un albergue aquí cerca.

Mia se da la vuelta y apoya la frente en el escaparate de la carnicería.

—El albergue no está tan mal —le digo—, no me importa pagártelo si con eso puedo ayudarte. Sólo cuesta veinte dólares.

Al mover la cabeza, la peluca se le desplaza un poco. No se toma la molestia de devolverla a su sitio.

—Veinticinco... —susurra, aunque apenas soy capaz de entenderla. Diría que el cristal del escaparate se ha convertido en una esponja que absorbe sus palabras—. Antes de ir a tu casa, pasé por allí...

—¿Había demasiado jaleo?

La respuesta es tan tenue que casi se me escapa.

—Pagué, aunque sólo les quedaban literas superiores.



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