El almacén de las palabras terribles by Elia Barceló

El almacén de las palabras terribles by Elia Barceló

autor:Elia Barceló [Barceló, Elia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Infantil
editor: ePubLibre
publicado: 2006-12-31T16:00:00+00:00


Aquí: Diez

Eran las tres y cuarto de la madrugada. Marga, Diego y Pedro se habían marchado a descansar un poco para volver a la mañana siguiente. Ana y Miguel estaban sentados junto a la cama de Talia y, ahora que ya habían hablado durante horas del accidente, de qué podría haber estado haciendo en aquel tranvía, de qué iban a hacer si no se despertaba por la mañana, de los consejos que la enfermera les había dado, se habían quedado en silencio, con la vista clavada en la cara pálida de su hija.

—¿Tú crees que puede ser voluntario? —preguntó Ana en la voz baja que se usa siempre junto a la cama de un enfermo.

—¿Voluntario? ¿Tú crees que uno entra en coma por gusto?

—No he dicho eso. Quiero decir que, quizá… no sé cómo decirlo… que quizá sea una especie de huida de la realidad. Que prefiere estar dormida y no despertarse para no ver lo que está pasando. Solo tiene doce años, Miguel.

—Sé muy bien qué edad tiene mi hija.

—Nuestra hija.

Hubo un largo silencio que Ana acabó rompiendo:

—Yo he leído artículos sobre pacientes que habían entrado en coma después de algo particularmente horrible.

—Nuestra hija —dijo Miguel reforzando el «nuestra»— se ha dado un golpe en el cráneo, ¿entiendes? No es como esas historias que se ven en las películas cuando un niño se vuelve autista o algo así. Es puramente físico, mecánico, como quieras llamarlo. Además de que a Talia no le ha pasado nada particularmente horrible, como tú dices. Sus padres se han separado; eso es todo. Le pasa a montones de niños de su edad. Tiene una fractura de cráneo. Cuando se le cure, despertará.

—El médico está seguro, ¿no?

Miguel pensó por un momento contarle que el médico estaba seguro de que era cuestión de días, pero acabó, como siempre, por decirle la verdad:

—No está seguro de nada. No tiene ni idea de lo que le pasa. Pero me ha dicho Tere que mañana vendrá el jefe del servicio y la examinará. A lo mejor él sabe más.

—Ha sido todo por nuestra culpa —Ana empezó a sollozar.

—Por tu culpa, más bien. Si tú hubieras estado en casa, como siempre, Talia no se habría subido a ese tranvía.

Miguel estaba agotado y furioso; tenía que lanzar su rabia contra alguien y la única que estaba a tiro era su mujer.

—Si tú hubieras vuelto a casa o hubieras obligado a Diego a estar allí cuando Talia iba a volver del colegio…

Las voces fueron subiendo de tono hasta llegar con bastante claridad al cuarto de las enfermeras donde Tere estaba tomándose un café con una compañera.

—Tendré que ir a decirles que si quieren pelearse, que se vayan al estacionamiento —dijo la otra enfermera poniéndose de pie—. Aquí hay pacientes que tienen que descansar.

Tere la detuvo por el brazo:

—Espera un momento. Están histéricos aún, es natural. Ahora están en la fase de echarse la culpa el uno al otro. No creo que dure mucho la pelea.

—Yo creo que no es la primera vez que se pelean, Tere.



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