El hombre medieval by AA. VV

El hombre medieval by AA. VV

autor:AA. VV. [AA. VV.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1986-12-31T16:00:00+00:00


4. A menudo los grandes maestros de la universidad del siglo XIII han sido vistos más como oficiantes de la cultura, como ministros de culto, que como combativos intelectuales y tenaces hombres de pensamiento y acción, lo que fueron en realidad.

Sobre las universidades de los siglos XIII y XIV sabemos mucho, pero no todo lo que querríamos. Bastante, sin embargo, para poderlas definir como contextos de trabajo ambivalentes y ricos en contradicciones, aspecto que tal vez no perjudicaba la actividad de los maestros. Vale la pena tener presente el carácter «temporal» de los gremios universitarios que se configuraban tomando como modelo los artesanos, aunque eran sustancialmente diferentes: los estudiantes solo pertenecían temporalmente al gremio, y provenían de las más variadas regiones de Europa (para entenderse las distintas nationes estaban obligadas a utilizar el latín).

Entre las figuras que pertenecen a este contexto, quizá uno de los más conscientes de eso que hemos denominado «diversidad intelectual» es precisamente Buenaventura de Bagnoregio, jefe del ala más conservadora de los teólogos que se opone tanto a los maestros de la facultad de las artes como a Tomás. Pese a que filósofo significaba por entonces Aristóteles, a quien Buenaventura juzgaba peligroso para la cultura cristiana, este reconocía que la investigación intelectual, filosófica y científica era legítima (en la medida, bien entendido, en que se dejaba «reducir» a la verdad teológica). Respondiendo a algunas cuestiones sobre el trabajo de los franciscanos, dice:

Si tuviésemos que vivir del puro trabajo manual, estaríamos hasta tal punto preocupados por el trabajo a realizar que no podríamos cuidarnos de los asuntos ajenos, ni celebrar dignamente los oficios divinos ni dedicamos con igual libertad a la oración […]. En realidad, menos los enfermos, todos nosotros trabajamos: algunos estudian para instruir a los fieles, otros celebrando el oficio divino y recitando las alabanzas de Dios, otros recogiendo limosnas para el sustentamiento común, otros desempeñando con libre obediencia los trabajos domésticos…

Curiosa y significativa su actitud ante un problema espinoso para los intelectuales de todas las épocas: ¿se deben prestar los libros? Con una pedantería no exenta de astucia, observa:

Puesto que ignoramos los secretos del corazón humano, es índice de ligereza interpretar del peor modo lo que a veces puede ser hecho incluso con buena intención y sin culpa […]. Así, el no prestar los propios escritos a otros puede ser una acción tan condenable como irreprensible […]. Señal es de prudencia no prestar a otros un escrito del que se tiene continua y frecuente necesidad, porque nadie está obligado a proporcionar a otros cosas no necesarias descuidando sus intereses. No dar libros en préstamo no es condenable cuando uno tiene frecuente aunque no constante necesidad de su volumen y no puede estarse sin él mucho tiempo. Porque sucede que muchos son muy diligentes en pedir, pero lentos en restituir […]. A veces, quien tiene en préstamo un libro se lo pasa a otro sin pedirle permiso a su propietario, y ese otro a un tercero, de modo que al final el propietario no sabe



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