(Warhammer - Crónicas Del Embajador 01) El Embajador by Graham McNeill

(Warhammer - Crónicas Del Embajador 01) El Embajador by Graham McNeill

autor:Graham McNeill [Mcneill, Graham]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: prose_contemporary
ISBN: 9788448033866
editor: Timun Más
publicado: 2011-12-31T17:01:48+00:00


III

Después de haber encontrado el macabro regalo que habían dejado ante la verja de la embajada, Kaspar había llegado a la conclusión de que su ánimo ya no podía empeorar.

Pero no podía estar más equivocado; aquello era sólo el principio de una de las peores noches de su vida. Tranquilizó a Anastasia y después ambos se dirigieron al interior de la embajada y se reunieron con Pavel, que los esperaba en las escaleras del vestíbulo.

El voluminoso kislevita dijo con aspecto pensativo:

—Arriba hay jinetes llegados de Altdorf; traen cartas para ti. Creo que son importantes.

—¿Qué te lo hace pensar?

—Van armados hasta los dientes. Son hombres duros. Han tenido que cabalgar mucho para llegar hasta aquí.

—Ya veo —dijo Kaspar, entregando con cuidado el macabro hallazgo a Pavel—. Toma, guárdalo.

Pavel asintió con la cabeza y rasgó un trozo de tela.

—¡Por los dientes de Ursun, son corazones!

—Lo sé —dijo Kaspar, disgustado, mientras subía por los peldaños recién alfombrados.

En su estudio lo esperaban los cuatro jinetes de Altdorf; sus ropas en mal estado y sus caras demacradas confirmaban que habían tenido que cabalgar muy duro durante muchas semanas para llegar a Kislev. Dos caballeros estaban con ellos y se pusieron firmes cuando Kaspar entró.

—Señores —empezó diciendo Kaspar, mientras se situaba detrás del escritorio—, ya veo que habéis realizado un arduo viaje para llegar hasta aquí. ¿Puedo ofreceros algunos refrescos?

—No, gracias, herr embajador —dijo un hombre cuadrado, ancho como una ladera de montaña, que tenía un pergamino plegado y sellado con cera verde en la mano—. Me llamo Pallanz y te traigo cartas de la máxima urgencia. Quisiera que las leyeras antes de irme.

—Como desees, herr Pallanz —dijo Kaspar cogiendo la carta. Vio que el sello de cera llevaba el blasón de la Segunda Casa de Wilhelm y su inquietud aumentó. Rompió el sello, desplegó el grueso pergamino y leyó con calma lo que decía la misiva. La escritura era uniforme y angulosa, y, antes de ver la sencilla firma al final de la misiva, ya sabía que había sido escrita por la mano del mismísimo emperador Karl Franz.

Kaspar la leyó dos veces antes de soltarla. Se dejó caer pesadamente en la silla y permitió que las palabras flotaran sobre él, no queriendo creer que podían ser ciertas ni lo que aquello podría, mejor dicho, podía implicar para su situación en Kislev.

No advirtió que los jinetes le pedían permiso para retirarse, y cuando ellos repitieron su demanda, agitó la mano vagamente en dirección a la puerta.

Mientras los jinetes abandonaban su estudio, entró Pavel secándose las manos con una toalla de lino.

Pavel señaló la carta.

—¿Malas noticias? —dijo.

—Muy malas —asin tió Kaspar con una inclinación de cabeza.



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