Anaconda by Horacio Quiroga

Anaconda by Horacio Quiroga

autor:Horacio Quiroga [Quiroga, Horacio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Drama, Fantástico, Psicológico, Romántico, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 1921-01-01T05:00:00+00:00


Polea loca

En una época en que yo tuve veleidades de ser empleado nacional, oí hablar de un hombre que durante los dos años que desempeñó un puesto público no contestó una sola nota.

—He aquí un hombre superior —me dije—. Merece que vaya a verlo.

Porque debo confesar que el proceder habitual y forzoso de contestar cuanta nota se recibe es uno de los inconvenientes más grandes que hallaba yo a mi aspiración. El delicado mecanismo de la administración nacional —nadie lo ignora— requiere que toda nota que se nos hace el honor de dirigir, sea fatal y pacientemente contestada. Una sola comunicación puesta de lado, la más insignificante de todas, trastorna hasta lo más hondo de sus dientes el engranaje de la máquina nacional. Desde las notas del presidente de la República a las de un oscuro cabo de policía, todas exigen respuesta en igual grado, todas encarnan igual nobleza administrativa, todas tienen igual austera trascendencia.

Es, pues, por esto que, convencido y orgulloso, como buen ciudadano, de la importancia de esas funciones, no me atrevía francamente a jurar que todas las notas que yo recibiera serían contestadas. Y he aquí que me aseguraban que un hombre, vivo aún, había permanecido dos años en la Administración Nacional, sin contestar —ni enviar, desde luego— ninguna nota…

Fui, por consiguiente, a verlo, en el fondo de la república. Era un hombre de edad avanzada, español, de mucha cultura, pues esta intelectualidad inesperada al pie de un quebracho, en una fogata de siringal o en un aduar del Sahara, es una de las tantas sorpresas del trópico.

Mi hombre se echó a reír de mi juvenil admiración cuando le conté lo que me llevaba a verlo. Me dijo que no era cierto, por lo menos el lapso transcurrido sin contestar una sola nota. Que había sido encargado escolar en una colonia nacional, y que, en efecto, había dejado pasar algo más de un año sin acusar recibo de nota alguna. Pero que eso tenía en el fondo poca importancia, habiendo notado por lo demás…

Aquí mi hombre se detuvo un instante, y se echó a reír de nuevo.

—¿Quiere usted que le cuente algo más sabroso que todo esto? —me dijo—. Verá usted un modelo de funcionario público… ¿Sabe usted qué tiempo dejó pasar ese tal sin dignarse echar una ojeada a lo que recibía? Dos años y algo más. ¿Y sabe usted qué puesto desempeñaba? Gobernador… Abra usted ahora la boca.

En efecto, lo merecía. Para un tímido novio —digámoslo así— de la Administración Nacional, nada podía abrirme más los ojos sobre la virtud de mi futura que las hazañas de aquel Don Juan administrativo… Le pedí que me contara todo, si lo sabía, y a escape.

—¿Si lo sé? —me respondió—. ¿Si conozco bien a mi funcionario? Como que yo fui el gobernador que le sucedió… Pero, óigame más bien desde el principio. Era en… En fin, suponga usted que el ochenta y tantos. Yo acababa de regresar a España, mal curado aún de unas fiebres cogidas en el golfo de Guinea.



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