Faery by Erika Gael

Faery by Erika Gael

autor:Erika Gael
La lengua: spa
Format: mobi
Tags: Romántica, Fantasía
editor: Zeta
publicado: 2010-01-11T15:57:01+00:00


Las resacas causan estragos en los ventolines. El problema es que, hacía tanto que no se emborrachaba, que a Quelo ya se le había olvidado la sensación pulsante y pegajosa de la lengua contra el paladar reseco, de las sienes obstaculizando el riego de sangre al cerebro, de la irritante descoordinación de las alas.

Había pasado toda la mañana en un duermevela, con la cabeza debajo de las sábanas para que la luz del Sol no pudiese alcanzar a sus afectadas córneas. Hasta el arrullo del agua resultaba molesto cuando se convertía en un martilleo de trepidante ritmo, en algún lugar indefinido entre el pabellón auditivo y la almohada. Las articulaciones le dolían y los músculos pesaban, pesaban muchísimo. Tanto, que cuando sonó el despertador esa madrugada fue incapaz de mover uno solo de ellos para salir de la cama, a pesar de los golpes con el cojín que le había propinado Xesa. Al final, tuvo que marcharse sola al santuario, aunque su estado no era mucho mejor que el de Quelo.

Después de la hora del almuerzo, sin embargo, la resistencia post-embriaguez de la xana había llegado al límite. Utilizó la comunicación telepática para ponerse en contacto con él y, con cuatro frases desordenadas y nasalizadas, le forzó a sustituirla. Malditos convencionalismos acerca de la amistad. Tener amigos para esto.

Agarró la primera prenda limpia que encontró entre el amasijo de ropa habitual y se puso en marcha. Por el camino a Tara se tropezó con una montaña fluorescente que se movía. Oh, Danu, qué porquerías habrían echado en esa maldita bebida que ahora sufría alucinaciones. Se acercó más y comprobó, para su tranquilidad, que lo que se movía era una persona, o lo que quedaba de ella. En realidad tenía el aspecto de un morfinómano luchando contra el síndrome de abstinencia. Le costó lo suyo, pero tras aquella piel cenicienta, las ojeras dilatadas y los surcos de saliva alrededor de la boca, logró reconocer los ojos de Xesa, que hoy parecían los del Drácula de Bram Stoker después de tres semanas sin alimentarse.

—Tu pelo me acaba de dejar ciego.

Xesa le dedicó una mirada asesina. Y eso era literal, porque con aquellos ojos inyectados en sangre el efecto resultaba, como mínimo, aterrador.

—Todo tuyo —le farfulló, o eso creyó entender Quelo por la forma en que abrió y cerró la boca, mientras le señalaba con el pulgar el santuario, a su espalda.

—Me debez una, Zeza.

—Uf, estás peor que yo. Recuérdame que nunca vuelva a beber.

—Nunca vuelvaz a beber.

—No eres mi madre, así que cállate —le gruñó con los ojos echando chispas.

—Vete a pazeo.

—No, lo que voy es a darme cuatro o cinco duchas a ver si alejo de mi piel la peste a alcohol. Diles a Eileen y Aedan que... No, mejor diles que... O no, espera... Mira, diles lo que quieras, mi cerebro no procesa como debe en estos momentos.

Pasó por su lado y siguió de frente, derecha al Boann. A lo lejos aún se oía el arrastrar agónico de sus pies sobre las piedrecitas del suelo, y algún que otro tropiezo seguido de un par de tacos en Do mayor.



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