Volveremos a encontrarnos by Corín Tellado

Volveremos a encontrarnos by Corín Tellado

autor:Corín Tellado [Tellado, Corín]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1962-01-01T05:00:00+00:00


VIII

Roger Brow se hallaba al pie de la puerta, sentado en el primer escalón tomando el sol, cuando el potro montado por sir Cowley irrumpió ante él. Roger se estremeció, pues por el semblante del jinete, comprendió que sir Cowley conocía las relaciones amorosas de Guy con su hija.

—Buenos días, señor —dijo Roger, poniéndose pesadamente en pie.

Sir Cowley no respondió. Saltó al suelo y con nerviosismo agitó la fusta.

—¿Dónde está tu nieto?

—En el bosque, señor.

—Roger, tendrás que salir de aquí inmediatamente. No tolero que un leñador, que ha comido mi pan desde que nació, se atreva a humillar a mi hija.

Y como Roger bajara la cabeza sin responder, el caballero fríamente continuó:

—Lo siento por ti. Has nacido en estos lugares. Tus abuelos y tus padres fueron criados de mi casa; pero tu nieto ha sobrepasado los límites, y justo es que lo pague. No admito comentarios sobre el particular. Ni volverá a ver a mi hija, ni podréis pisar jamás estas tierras.

—Señor… Yo… soy demasiado viejo…

—Fuiste joven —dijo despiadado— para educar a tu nieto. Era tu deber advertirle que en el bosque había un fruto prohibido que jamás debió probar.

—Señor…

—¿Qué ocurre, abuelo?

Caballero y criado se volvieron. Guy, arrogante y fiero, presintió lo que ocurría. Se plantó ante los dos hombres y desafió con la mirada al padre de la mujer que amaba.

—Guy Brow —dijo sir Cowley fieramente— le estoy ordenando a tu abuelo que salga de esta comarca al instante y te lleve con él.

Por un segundo, sir Cowley y Roger creyeron que el arrogante joven iba a estallar. Y esperaba oír una voz suplicante; pero en contra de eso, Guy, muy sereno, pasado el primer momento de terrible humillación, se limitó a decir:

—Saldré de sus bosques, pero no de la comarca. Hay otros reyezuelos además de usted, sir Cowley, en este territorio.

—¿Cómo te atreves?

—Y en cuanto a mi abuelo, ¿por qué? Ha nacido aquí, aquí tiene enterrada a su esposa y a sus hijos. No hay fuerza moral que le obligue a dejar estos lugares.

—En efecto. Pero hay una fuerza material, Guy Brow, y esa fuerza la poseo yo. Saldréis los dos, pero no luego ni mañana. ¡En este mismo instante!

—Prepara las cosas, abuelo —dijo con helada voz. Y mirando al aristócrata con fríos ojos, añadió—: Volveremos a encontrarnos, sir Cowley. Se lo aseguro a usted.

—Ojalá, porque me sería muy grato despreciarte.

—Sepa usted que no renuncio a su hija. La amo de veras y algún día…

—No volverás a verla, Guy Brow. —Y con desdén—: No seré yo, sino ella, quien te desprecie.

Aquello lastimó más a Guy que la orden de dejar el bosque. Muy pálido, perdiendo un poco su arrogancia, susurró como si de pronto estuviera solo:

—Ella, Maika…, nunca podrá despreciarme.

Sir Cowley comprendió que tenía que mentir en bien de su hija y no dudó en hacerlo.

—He venido aquí por ella. Maika me lo suplicó.

Como un león se abalanzó hacia él y cogiéndole por las solapas, gritó fuera de sí, con más amargura que rabia:

—¡Miente usted! ¡Miente mil veces!

—Tranquilízate, muchacho —dijo suavemente el caballero, comprendiendo que había dado en el blanco—.



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